Después del teclado en la Oliveti,
entre las palabras, las comas y los puntos,
la tarde se convirtió en noche, y allí estabas vos.
Tu aroma inconfundible perdura en mi memoria,
como la tinta que se impregnaba en mis dedos,
prolijamente en la mesa dispuesta para la ocasión.
El esténcil quedó en el pasado,
relegado a los recuerdos,
mientras la fotocopia y la impresora
asumieron su lugar.
Vos, en un rincón de mi mente,
sos testigo silencioso de un tiempo inolvidable.
Las hojas que pasaron por tu cuerpo llenaron carpetas de estudiantes,
se convirtieron en volantes de propaganda y afiches de recitales.
En medio de antiguas proclamas políticas,
empapadas de engrudo, las pegamos en las paredes
para despertar a una sociedad dormida.
Así, humilde y callado, fuiste el vehículo
de nuestras palabras, nuestros sueños,
y la voz que anhelábamos compartir con todos
por un simple y feliz mundo mejor.
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