Allí estaba, contemplándola bajo la luz
y el carmín de sus labios tan bien delineados
que me hablaba de cuánto le gustaba seducir.
Hasta parecía sonreírme de vez en cuando,
como si pudiera leer mis pensamientos,
donde imaginaba besarla apasionadamente.
La lividez de su cuerpo me parecía
un lienzo de seda, y mi mano se demoraba
acariciándola suavemente, descubriendo
cada curva y suavidad que se escondían en ella.
Me detuve por unos minutos, solo para observarla,
incapaz de alejarme de su presencia.
Dormía o soñaba, pero para mí, en ese momento,
palpitaba con vida y deseos que compartíamos.
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