jueves, 11 de diciembre de 2025

 En la ciudad donde el cielo se afina
fue el Obelisco, flauta de piedra,
quien me silbó bajito tu llegada.
Y al verte cruzar la Diagonal,
sonrisa encendida,
súperque ibas hecha de noche eléctrica
y bandoneones desvelados.
Mujer de riff ligero,
esE que Pappo olvidó en La Cueva
entre vasos vacíos
y guitarras que siguen dando pelea.
Por Pueyrredón te vieron bailar,
altivo, lunático,
en el Once que nunca duerme,
cuando la madrugada escribe
sus tangos sin partitura.
Fue el último día del fuego,
y Tanguito, con su sombra luminosa,
te saludó desde un andén perdido,
mientras Litto, con voz de bruma,
te entonaba un adiós sin despedida,
porque hay amores que no se cierran,
solo se transforman
en estribillos que no se dejan olvidar.
Y vos,
caminando entre rock y milonga,
dejaste en la vereda húmeda
tu perfume de futuro,
tu paso de tormenta suave,
tu leyenda hecha poesía.


 Llueve.
Buenos Aires exhala el aire gastado
de un año que se deshace
minuto a minuto,
igual que vos cuando te fuiste:
pecadoestruendo,
pero dejando un hueco que ardía.
Y llegaron, entonces,
los que manejan la palabra
como un bisturí de luz,
a curar las marcas
de haber sido nombrado
como no era,
a desatar nudos viejos,
a correrme de un lugar
que nunca me correspondió.
Y tras el viento furioso,
se abrió una calma honda,
de esas que abrazan el alma
con dedos tibios.
Minutos interminables
donde la cabeza se pierde
y el cuerpo encuentra
lo que el espíritu pedía a gritos.
Al borde del año,
en el último recodo de la vida,
algo se movió:
un aire nuevo, eléctrico,
una ráfaga que barrió sombras.
Corrientes se recostó
sobre la Nueve de Julio,
como si Buenos Aires
quisiera descansar también.
Las nubes bajaron
y una lluvia fina, testaruda,
limpió el smog del descuido,
la palabra rota,
la furia tonta,
los silencios que lastiman.
Y en esa esquina donde quedaban
un tango obstinado
y un rock que buscaba su acorde,
la ciudad encendió de golpe
su latido hermoso.
Porque al final,
entre tanto ruido y tanta despedida,
la noche se abrió como quien perdona,
y en el centro del corazón,
sin aviso,
nació una alegría simple,
pero verdadera:
esa que te recuerda
que todavía hay música,
que todavía hay luz,
que todavía hay un lugar
donde quedarse.


 No fue sudor
fue la entrega completa,
el cuerpo y el alma encendidas
sobre una sábana donde el mundo dejó de existir.
Tu cabello, húmedo
comorecién salido de la lluvia,
caía sobre vos
mientras tu cuerpo respiraba
esa danza nueva,
esa pulsación que descubría el universo
del mismo modo en que yo
te descubrí a vos.
El instante pudo ser eterno:
no había tiempo,
no había fuera,
solo el milagro de ser uno,
de reconocerse en el otro
como un fuego compartido.
Faltó apenas
el columpio de la luna,
el coro leve de las estrellas,
y esa luz tenue de tu sonrisa
que enmarcó la escena
como el comienzo perfecto
de un viaje sin regreso.
 Cuando la noche se despoja de ropa
y el mate pasa a ser confidente,
un murmullo que llega desde lejos
acompaña la conversación
como si también quisiera escucharnos.
Entre palabras,
vamos descubriendo un mundo pequeño y nuestro,
un rincón donde la ropa
queda apoyada en una silla,
paciente,
como testigo mudo
de todo lo que no hace falta decir.
La yerba suspira en el agua caliente,
y en cada sorbo algo se afloja,
se abre,se entrega.
La noche
esa cómplice eterna
se escurre despacio por las rendijas,
y mientras se escapa
nos deja envueltos
en un silencio tibio
que sólo entiende de miradas.
Los besos,
fieles guardianes de la madrugada,
no interrumpen, observan, celebran.
saben que la verdadera entrega
está en ese instante que se estira
entre tu voz
y mi deseo de seguir escuchándote.


 Cuando tus besos me nombran,
el tiempo se detiene en los bordes del mundo
y los relojes, vencidos, se inclinan ante nosotros.
Quedamos suspendidos
de un hilo secreto que nadie ve,
un hilo tejido por la pura casualidad
de dos almas que se buscan desde siempre.
Y entonces flotamos.
No sobre una nube, eso sería poco
sino sobre un sueño que inventa el universo
cada vez que tus labios rozan los míos.
Allí falta el oxígeno,
pero me sobra tu aliento.
Allí todo es entrega,
como si el corazón se abriera para dejar escapar luz.
Somos una burbuja aparte,
un mundo diminuto donde nada existe
salvo la locura hermosa de sentirnos.
Quisiera hilvanar palabras,
bordar versos para explicar lo inexplicable,
pero ninguna metáfora alcanza
para encerrar ese milagro breve
que ocurre entre vos y yo.
Porque cuando te beso, amor,
no sucede un instante…
Sucede un universo.


                                        No fue sudor
fue la entrega completa,
el cuerpo y el alma encendidas
sobre una sábana donde el mundo dejó de existir.
Tu cabello, húmedo
como recién salido de la lluvia,
caía sobre vos
mientras tu cuerpo respiraba
esa danza nueva,
esa pulsación que descubría el universo
del mismo modo en que yo
te descubrí a vos.
El instante pudo ser eterno:
no había tiempo,
no había fuera,
solo el milagro de ser uno,
de reconocerse en el otro
como un fuego compartido.
Faltó apenas
el columpio de la luna,
el coro leve de las estrellas,
y esa luz tenue de tu sonrisa
que enmarcó la escena
como el comienzo perfecto
de un viaje sin regreso.


Es la entrega silenciosa,
la manera en que tus brazos me reciben
como si abrazaran un recuerdo,
como si el tiempo, por un instante,
se detuviera a mirarnos.
Tu cuerpo llega al mío
con la suavidad de una mariposa porteña,
esa que vuela sin hacer ruido
pero que deja en el aire
el perfume tibio de lo inevitable.
Y te quedás,
como quien encuentra cobijo
en un latido que también busca hogar.
Cuando la luna se esconde
y la noche apaga su farol más alto,
los grillos afinan el último tango,
esa melodía que solo escuchan
los que aman a contraluz.
Entonces aparece la primera estrella,
y lleva tu nombre escrito
con la tinta húmeda del deseo.
Tu vestido largo, secreto,
hecho de sombras y caricias
se mueve como un bandoneón que suspira
al compás de nuestros cuerpos,
que se buscan, se acercan, se reconocen
en un abrazo que es casi un milagro.
Y así, entre tango, luna y destino,
tu amor se vuelve la música
que me sigue incluso cuando callo.
 Fue el destino,
sí, ese duende caprichoso
que juega a las escondidas con la vida,
el que nos juntó entre frutillas congeladas,
cuando el cielo se abrazó con el horizonte
y el sol, atrevido,
se animó a besar a la luna
como si fuera la primera vez.
Ahí estábamos,
vos y yo,
adentro de un cuento que podría haber escrito Cortázar
entre cigarrillos, relojes desobedientes
y gatos que cruzan las veredas de Boedo
con más sabiduría que los poetas.
Y de fondo sonaba el Nano,
sí, Serrat,
con una de esas canciones que uno no espera
pero que se clavan justo donde duele
para recordarnos
que nunca más tenemos que caminar solos
por este Buenos Aires enloquecido,
que a veces te abraza
y a veces te empuja,
pero siempre te hace volver.
Así nacimos,
tan de repente,
tan de madrugada,
cuando un tango-rock 
mitad bandoneón, mitad guitarra,
nos tomó de la mano
y nos dijo sin decirlo
que a partir de ahora
la ciudad sería distinta,
que cada esquina tendría mi perfume,
que cada farol nos guiñaría un ojo
como celebrando
que el amor, aunque loco,
se animó a elegirnos.
Y desde entonces,
cada noche es poema,
cada madrugada es promesa,
y cada paso es un latido compartido
en esta Buenos Aires que nos mira,
medio cómplice, medio burlona,
pero siempre testigo
de esta poesía loca de amor
que escribimos sin querer,
y que ya no tiene final.


 Donde se parte el río
y comienzan los abrazos,
la noche se desdibuja en el tiempo
como un recuerdo que se afloja
y deja caer sus sombras al suelo.
Los relojes se detienen,
obedientes a ese instante
en que el mundo deja de girar
solo para mirarnos.
Ahí aparecés vos,
deslizándote suave,
casi transparente,
como una brisa que no avanza
sino que entra,
se vuelve centro,
se vuelve alma.
Y entonces pierdo el sentido,
porque el sentido ya no importa
cuando la luz nace de tus pasos.
Y volamos juntos,
sí, volamos,
hacia un mundo desconocido
pero increíble,
tan nuestro como un sueño compartido
que apenas confesamos en voz baja,
como si temiéramos despertarlo.
A veces, solo a veces
nos animamos a imaginarlo;
otras, simplemente sucede,
simplemente somos nosotros
rompiendo la gravedad,
buscando un lugar donde el río se abre
y la noche aprende a brillar
de nuevo.
Ahí, en ese territorio sin mapas,
latimos al mismo tiempo.
Eso es lo profundo.
Eso es lo que vuelve eterno
lo que apenas nació.
 Donde se parte el río
y comienzan los abrazos,
la noche se desdibuja en el tiempo
como un recuerdo que se afloja
y deja caer sus sombras al suelo.
Los relojes se detienen,
obedientes a ese instante
en que el mundo deja de girar
solo para mirarnos.D
Ahí aparecés vos,
deslizándote suave,
casi transparente,
como una brisa que no avanza
sino que entra,
se vuelve centro,
se vuelve alma.
Y entonces pierdo el sentido,
porque el sentido ya no importa
cuando la luz nace de tus pasos.
Y volamos juntos,
sí, volamos,
hacia un mundo desconocido
pero increíble,
tan nuestro como un sueño compartido
que apenas confesamos en voz baja,
como si temiéramos despertarlo.
A veces, solo a veces
nos animamos a imaginarlo;
otras, simplemente sucede,
simplemente somos nosotros
rompiendo la gravedad,
buscando un lugar donde el río se abre
y la noche aprende a brillar
de nuevo.
Ahí, en ese territorio sin mapas,
latimos al mismo tiempo.
Eso es lo profundo.
Eso es lo que vuelve eterno
lo que apenas nació.
 Tu vestido, largo y febril,
baila antes que vos,
como si el bandoneón lo llamara
desde algún rincón empolvado del alma.
Y tu andar, tu andar,
esa caminata lenta, precisa,
que hace que la vereda entera
suspire al verte llegar.
Porque vos no caminás:
marcás el compás, cortás el aire,
haces que la noche se acomode
en cada movimiento tuyo.
La sensualidad te sigue
como un perro fiel,
pero solo vos sabés
domarla sin perder la elegancia.
Las luces amarillas de la calle
se reflejan en tu figura
como si supieran que debajo del vestido
vive un secreto desnudo,
respirando bajito,
esperando el momento justo
para hacerse tango en mi piel.
Y entonces, entre el murmullo de la ciudad
y el lamento del bandoneón,
la noche se abre como un telón antiguo.
Vos avanzás, yo te miro,
y todo se distribuye
color, sombra, perfume, deseo
justo donde debe ir.
Así, sin aviso,
el camino a las nubes se vuelve corto,
apenas un paso,
apenas un abrazo que se estira
en un sueño posible,
dibujado en clave de sol
sobre el pentagrama gastado de la vida.
Y ahí quedamos,
vos con tu vestido que oculta y revela,
yo atrapado en tu noche,
y Buenos Aires entero
detenido en un segundo
que no se anima a terminar.
Porque esto que pasa entre los dos
no es solo poesía,
es un tango que se escribe solo,
al ritmo exacto de tu andar.


Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...