jueves, 28 de agosto de 2025

 El sol aún dormía en nuestra piel,
pegado como un secreto tibio,
y el ardor del día se fundía con la luna,
lentamente, como lo hacían nuestras miradas.
En los médanos, la arena raspaba suave
nuestra intimidad temblorosa,
y una brisa apenas murmuraba
historias viejas por la peatonal dormida,
ya sin luces ni bullicios, solo nosotros,
el mar y el deseo.
Eran noches de pueblo chico,
de la ciudad costera, donde el amor se tejía
entre puestos de artesanos y faroles apagados,
y se desataba en rincones sin testigos.
En el muelle de madera, crujía la vida entera,
cada paso vibraba como nuestros cuerpos
al borde de la marea.
Te besé con arena entre los dedos,
y tus manos, saladas, buscaron abrigo
debajo de mi ropa vencida.
Allí, en ese pedazo de mundo
que olía a pino y a crepúsculo,
se nos escapó la inocencia
envuelta en carcajadas y jadeos.
Locos recuerdos, de una noche de verano,
cuando el tiempo no pesaba
y el amor se sacudía como un medio mundo
lleno de ilusiones y piel de fuego.


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