Por la tarde después del almuerzo, sentados en el umbral
jugábamos a la payana, truco, chinchón o, ta te ti sin hacer mucho ruido, los
abuelos y vecinos dormían la siesta.
Luego de la misma, con el mate en la puerta, ya estábamos
habilitados para el picado en plena calle, el único vehículo estacionado era en
la esquina, dos viejos camiones de reparto que no molestaban, y se armaba el
picado por un lado, sobre la esquina las chicas con el elástico ocupaban la
calle o dibujando la infaltable rayuela hasta la hora de la merienda donde Piluso
o Los locos Adams, nos esperaban para acompañarnos con la leche en aquellos
veranos increíbles que pasábamos en el pasaje Valderrama, que terminaban con
una gran y larga escondida, detrás de los árboles o en alguna casa, total, las
puertas todas estaban abiertas y en cada una la silla baja y un vecino
compartiendo la noche calurosa, pues el aire acondicionado era uno solo el de
la cuadra ,el de Oscar y Tilde del cual todos nos acordamos por el ruido que hacía,
pues se escuchaba desde la esquina, donde antes de que oscureciera totalmente,
estaba la llave para encender la luz, una tenue lámpara que colgaba en medio de
la calle dando vida así a la noche en Saavedra en este pasaje como en todas sus calles, las que hoy tristes y desoladas siguen cautelosa mente custodiando un barrio, que perdió el patio para vivir encerrado tras las rejas de la gran inseguridad y un olor nauseabundo que juega en las veredas con el alcohol matando los juegos de niños, jugando con la vida las veinticuatro horas del día.
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