el último reflejo del día salimos a la calle,
frente a casa, la única columna de alumbrado,
en la esquina un camión, y en la puerta de casa
mi abuelo con su pipa y la reposera.
Llegó la hora, Marina apoyó el brazo doblado
sobre la pared tapándose los ojos y comenzó a
contar lentamente, pasó el tren y llegó
el señor que, a diario, enciende la luz de la calle.
De lejos y en bicicleta se escuchó, la quintaaaa,
y zapatilla de goma el que no se escondió,
se embroma, comenzó el juego en el pasaje,
y una noche más de verano transcurrió en un
barrio de Buenos Aires de puertas abierta
donde el patio de las casas allá lejos
hace mucho tiempo era la calle,
y el banco compartido por todos,
era, simplemente, el cordón de la vereda.
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