Se fue la noche y,
entre rincones sucios,
la resaca salpica Buenos Aires.
El sol comienza a asomar
lentamente sobre el río.
Sentado frente a él,
te busco en la soledad costera,
mujer de los mil días.
Y el rock que aún
no pude terminar de escribirte,
pues mi saxo llora por ti,
en el rincón donde aquella noche
me acompañaste
con tu violonchelo,
en la fuga de corcheas
que aún recuerdo,
cuando escribo tu nombre
sobre la mesa del bar,
con el azúcar
de sobrecitos húmedos,
que aún, como yo, te esperan.
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