Donde palpita suave
el tierno calor del sol
en tu cuerpo,
mujer de los días solitarios,
las estrellas iluminan
tenue y acarameladamente
tu jugoso andar por las calles
del quebrado Buenos Aires tristón,
y al ritmo acompasado,
de sutiles corcheas, las veredas bailan
la tinta roja de la última curda,
al verte pasar.
Mientras, a lo lejos,
el tren de la medianoche regresa,
culminando la naranja jornada,
descansando durmientes
de antiguo quebracho
marca el tiempo
que vos no respetás,
libre de relojes que,
arrumbados al sol,
pierden las agujas
al ritmo del tango,
solo en do menor.
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