del olor a asfalto mojado,
esa mezcla de tierra
y de perfume sutil
de aquellos viejos adoquines
gastados y sudados
que entregan a tus calles
la magia ideal.
Sos la poesía cruzando avenidas,

y la danza eterna, en cada vereda.
Sos, simplemente,
un fuelle y un violín,
la esquina, el café y los amigos.
Sos el viejo umbral
del perdido buzón,
y ese último tango
que habilitó el semáforo verde
para que la balada de Ferrer
pasara aferrada de la mano
de Astor y de la mía.
Pensando en vos y escribiéndote
me quedé dormido,
hasta que me vi
y volví a recorrerte
cada noche, como siempre,
amado loco Buenos Aires.
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