viernes, 29 de noviembre de 2024

ALAS.

 Le pusiste alas,
como quien siembra esperanza en un corazón dormido.
Le enseñaste a vivir,
a soñar despierto entre las nubes de su propia imaginación.
Le mostraste el arte de compartir,
de abrir las manos y entregar un pedazo del alma
sin esperar más que una sonrisa.
Le pusiste alas,
y con vos aprendió el vuelo,
el vértigo dulce de no tocar el suelo,
la paciencia de esperar al viento adecuado
y la sabiduría de entender
que incluso el cielo tiene sus límites.
Con esas alas,
se convirtió en un guardián de tus días,
silencioso y fiel,
un vigía en la distancia,
cuidando cada uno de tus pasos
aunque vos nunca lo pidieras.
Le pusiste alas,
y al volar se enamoró,
sin saber que el cielo también guarda sus trampas,
que de vez en cuando las tormentas lo harían caer,
que el suelo frío le recordaría
lo difícil que es volver a alzar el vuelo.
Pero aún así, le enseñaste.
Le mostraste que la felicidad no siempre viene entera,
que a veces llega en pequeñas dosis,
en destellos breves pero eternos,
y que esos momentos,
aunque fugaces,
son suficientes para iluminar una vida.
Le pusiste alas,
y aunque nunca lo dijiste,
le diste el regalo más grande:
el poder de volar hacia su propia libertad
y, al mismo tiempo,
el destino irremediable de siempre volver a ti,
porque en cada vuelo,
en cada caída,
vos sos
su horizonte,
el lugar donde aprendió
que amar también es soltar
y que el amor verdadero
es el aire que lo mantiene en el cielo.

jueves, 28 de noviembre de 2024

Punta de Indio.

 El sol se había escondido cuando llegaron a Punta Indio. La cabaña, acogedora y escondida entre árboles, los esperaba a metros del río. Desde la ventana se escuchaba el suave murmullo del agua, y al abrir la puerta, un aroma a madera los envolvió. Dejaron las maletas a un lado y, casi de inmediato, sus miradas se encontraron, llenas de promesas.
La primera noche fue un festín sencillo pero delicioso. Quesos regionales, fiambres, pan crujiente y una ensalada fresca ocuparon la mesa. 
El río les cantaba de fondo mientras cenaban, y cada mirada era una caricia invisible. No necesitaban palabras; bastaba con los pequeños gestos: el roce de sus manos al pasar la bebida, el brillo en sus ojos al compartir una risa. Afuera, las estrellas comenzaban a asomarse tímidamente, pero para ellos, toda la luz del mundo estaba en sus miradas.
A la mañana siguiente, después del mate, el paseo por la costa fue un descubrimiento. El viento jugaba con su cabello mientras ella señalaba los pequeños detalles: una flor escondida entre las rocas, una bandada de pájaros que surcaba el cielo. Él la escuchaba atento, sintiendo que, con cada palabra, ella le revelaba un mundo nuevo.
El día los llevó a descubrir una feria regional. Compraron más  panes caseros y un pescado fresco que prometieron cocinar juntos esa noche. "Este lugar tiene algo mágico", dijo ella mientras caminaban de regreso, y él, sin dudarlo, respondió: "Como vos".
La segunda noche fue más íntima. Mientras el pescado se asaba lentamente, se sentaron en la galería a escuchar el río. Ella apoyó la cabeza en su hombro y él jugó con su cabello. “¿Te diste cuenta de que no hay un solo ruido que moleste?”, susurró ella. Él asintió y agregó: “Solo el latido de tu corazón”.
La cena fue un banquete de sabores sencillos y perfectos. Él cortó los trozos de pescado con cuidado y los sirvió en los platos. Cada bocado era un regalo, cada sonrisa un puente que los acercaba más. Cuando terminaron, ella tomó su mano y lo llevó al jardín. Se tumbaron bajo el cielo estrellado, sin decir nada, dejando que el silencio hablara por ellos.
¿Cuándo volvemos?, preguntó ella, rompiendo la calma con una sonrisa pícara. “Tan pronto como se acaben los quesos que te llevas, respondió él, besándole suavemente la frente.
Punta Indio ya no era solo un destino; se había convertido en su refugio. Una promesa de volver quedó suspendida en el aire mientras el río, eterno y sereno, les susurraba que siempre habría un rincón para su amor allí, a orillas del río, muy cerca de sus casas, donde a solas se fueron descubriendo milimetro a milimetro entre las sabanas, el río, la luna y el sol.



CHASCOMUS.

 Después de un día recorriendo las calles tranquilas de Chascomús, la pareja regresó al hotel con los aromas del pueblo impregnados en la piel: el pasto húmedo junto a la laguna, la brisa fresca que traía ecos de risas lejanas, y el suave perfume de los árboles que se inclinaban hacia el agua.
Habían pasado la tarde caminando de la mano, deteniéndose a contemplar el reflejo del cielo en la laguna, donde los botes se mecían despacio.
Almorzaron a la sombra de un árbol añoso en un pequeño restaurante, disfrutando de un pejerrey tan fresco que parecía traer consigo la esencia del agua. 
Se miraron por encima de los platos, entre charlas pausadas y sonrisas, saboreando no solo la comida, sino también la calma que solo un lugar así podía ofrecer.
Ya entrada la noche, el cansancio del día no era suficiente para apagar el romance que los envolvía. En la habitación, con las luces bajas y la ventana abierta dejando entrar la suave brisa nocturna, él se acercó a ella con una copa de agua fría. ¿Brindamos?, dijo. ¿Por qué?, preguntó ella. Por este día. Por vos. Por nosotros.
Se sentaron juntos en el pequeño balcón, mirando la ciudad iluminada por las farolas amarillas. Desde allí se alcanzaba a oír el susurro lejano de la laguna y el canto tímido de algún ave nocturna. 
Ella apoyó su cabeza en su hombro, y él pasó un brazo por su cintura, atrayéndola más cerca.
Cuando el frío de la noche empezó a colarse, regresaron al interior. La conversación fluyó suave, como el agua en la laguna que habían recorrido. Hablaron de las calles empedradas, de las casas antiguas con sus jardines prolijos, y de los sueños que compartían. Pero las palabras fueron quedando atrás, reemplazadas por miradas largas y silenciosas, por el roce de sus manos que no querían separarse.
Él la tomó por la cintura y, despacio, la llevó a la cama. Bajo las sábanas, se buscaron como si el tiempo no existiera. Cada caricia era una promesa, cada beso, una certeza. Afuera, la luna llena iluminaba la laguna y las calles dormidas de Chascomús, mientras ellos construían su propio refugio de amor.
Antes de dormir, ella susurró: Fue un día perfecto. Él la miró a los ojos y respondió: “Y la noche recién comienza”. Se abrazaron fuerte, dejando que el cansancio los envolviera mientras la ciudad, tranquila y serena, los acunaba en su magia silenciosa.

ALIVIO,

El alivio comienza en mi pecho
cuando tu voz rompe el silencio.
Es un río que corre, que arrastra
las piedras del día, los pesares,
y deja solo calma.
El alivio es verte,
es mirar tus ojos y perderme
en ese universo de secretos,
donde cada destello promete historias
que aún no me has contado.
Es sentir cómo el día,
con todo su peso,
se vuelve ligero con solo verte.
Y luego, tu sonrisa,
esa mezcla perfecta de picardía e inocencia,
un misterio que no intento resolver,
porque prefiero vivirlo.
Es un respiro en la tormenta,
un resplandor que atraviesa la penumbra
y llena de vida cada rincón
que antes parecía vacío.
Así es estar a tu lado
por unos minutos,
un renacer constante,
un despertar a los sentidos,
un latido que acelera,
que grita, que celebra tu existencia.
Así es hablar con vos,
un diálogo de almas
donde las palabras sobran
y el silencio es cómplice.
El amor, con vos,
es más que una palabra,
es un susurro en el viento,
es la promesa que florece
con cada instante que compartimos.
Después de extrañarte,
después de contar los segundos,
en tu ausencia,
todo cobra sentido al verte.
Tu presencia no solo calma,
transforma.
Hace del mundo un lugar distinto,
más brillante, más cálido.
Eres el alivio que despeja mis días,
el refugio donde las sombras se disuelven
y la vida se llena de colores.
Así es el amor con vos,
un milagro que sucede
cuando puedes,
porque tu sola existencia
es el regalo más grande 
de la vida.

viernes, 23 de agosto de 2024

 En el horizonte de lo desconocido,
se esconden momentos inolvidables,
luces que jamás imaginamos,
y sensaciones difíciles de reproducir en palabras.
Allí, más allá de lo que conocemos,
te invito a descubrir un mundo
donde el deseo y la ternura
se entrelazan en un abrazo eterno.
No temas, mujer hermosa,
a lo que aún no has explorado,
pues en cada paso que damos juntos,
se abre ante nosotros un nuevo horizonte,
una promesa de aventuras compartidas,
donde la piel se convierte en un mapa
de caricias y secretos,
y el corazón late al ritmo
de la pasión que nos envuelve.
Dejémonos llevar,
sin miedo, sin dudas,
a ese lugar donde los sueños
se convierten en realidad,
donde cada beso es un descubrimiento,
y cada suspiro, una confesión
que se pierde en la suavidad de la noche.
Hay tanto más allá,
tanto por sentir, por vivir,
y en tus ojos veo el reflejo
de un deseo latente,
de una curiosidad que aguarda
el momento de florecer.
No te detengas,
no te niegues a lo que podríamos ser,
pues en este viaje a lo desconocido,
te prometo que encontrarás
luces que iluminarán tus días,
y sombras que abrazarán tus noches,
en un baile de emociones
que te harán sentir más viva que nunca.
Tomá mi mano,
y juntos descubramos
qué hay más allá del horizonte,
donde la pasión y el amor
nos guiarán hacia lo inesperado,
hacia lo nuevo, hacia lo nuestro.


 Bella como el agua pura,
como el aire del campo
en mañanas de primavera,
y única como el suave rocío
de la madrugada,
donde tantas veces te pensé
sin conocerte.
Desde el bar Savoy o el Violín,
hasta la esquina de casa,
te imaginé en cada rincón,
escribiéndote en poesías
en un cuaderno de espirales,
dejando que las palabras fluyeran
como el río que nunca se detiene,
hasta que la llegada del sol
marcaba el fin de mis sueños nocturnos.
Así sos vos,
única en cada pensamiento,
en cada verso que nació
sin saber tu rostro,
sin conocer tu nombre,
pero sintiéndote tan cerca,
tan real,
como el aliento cálido
de una brisa matutina.
En cada línea te dibujé,
en cada rima te imaginé,
como un susurro que envuelve el alma,
como un destello que ilumina la noche.
Sos la musa que inspira,
la chispa que enciende,
el fuego que arde
en el corazón de mis palabras.

 La noche se escapa por Ibera,
de contra mano, camino al río,
y un montón de metáforas desordenadas
llevan consigo poemas enredados.
Un balcón en lo alto alberga una paloma,
mientras el semáforo titila en re bemol,
y el amor se cruza de vereda
con la luna que sonríe,
mientras las estrellas bailan
el último tango inédito de Piazzolla,
solo para ella.
El amor espera en un puesto de flores,
y juntos se pierden camino al río,
un hombre con zapatos de sandías
y una bella dama que Ferrer dibujó,
con medio melón en la cabeza,
tomados de la mano,
se fueron a caminar por Buenos Aires,
para ver amanecer entre versos
y música muda
que solo ellos escuchan
en el tono de sus conversaciones.
La historia de amor que escriben
sobre la calle,
en medio de un silencio difícil de explicar,
se teje entre besos y abrazos únicos,
como si el mundo se detuviera
para contemplar su danza,
una coreografía de miradas
y susurros que se pierden en la brisa.
Ellos, dos almas que encontraron
en el caos de la ciudad
un refugio en cada rincón,
un motivo en cada esquina
para volver a creer en lo eterno.
Y mientras el sol despuntaba en el horizonte,
seguirán caminando, sin prisa,
con el amor dibujado en cada paso,
como un poema sin final,
que solo ellos pueden entender,
como extraños personajes de una novela
escrita, sobre las páginas de la niebla
más acogedora de una noche porteña,
con una sola puntuación orográfica,

el amor, sin puntos, sin comas, ni final.


 El sol se pone tras el paso del bondi
que recorre Buenos Aires camino a tu casa,
los relojes se detienen en el tiempo,
y por largos minutos,
te pierdes en las páginas de un libro,
te descubres, te transformas.
La vida pasa en un ida y vuelta
fuera de tu ventana,
pero en tu viaje interior,
descubres lo impensado,
lo inimaginado.
Tu vida cambia,
y de lectora pasas a ser protagonista,
la autora de tu propio destino.
El temor te hace dudar,
te susurra que te detengas,
pero dentro de ti,
una chispa se enciende,
y te animas a la vida,
a sentir cada latido con intensidad,
a abrazar cada oportunidad
como la princesa más linda del universo.
Caminás por los senderos de lo desconocido,
con el corazón abierto,
los sueños floreciendo,
y el sol que se pone detrás del bondi
se convierte en la promesa
de un nuevo amanecer,
donde vos sos la dueña de tu historia,
la estrella que ilumina
cada rincón de tu mundo.
En ese viaje,
te elevas más allá de los límites,
dejando atrás los miedos,
y alzándote como la reina
de tus propios sueños,
la mujer que se atrevió
a vivir su vida
con toda la magia,
con toda la belleza,
como la princesa, que algún día fuiste
y hoy estás destinada a serlo, nuevamente.


domingo, 11 de agosto de 2024

 

El momento en que las estrellas cantaron en do menor,
mientras la luna, tímida, se sonrojaba en la fría noche de invierno,
fue único e inolvidable,
esperado con ansias y rechazado con temor,
donde el deseo luchaba con la incertidumbre,
pero al final, todo sucedió,
mejor de lo que habíamos imaginado.
Entre copas de café que compartieron nuestros suspiros,
lágrimas de cristal reflejando emociones no dichas,
y cigarrillos encendidos con la llama de nuestra pasión,
la noche se alargó, con su luz suave,
acariciaba tu rostro, como testigo de lo que habíamos vivido.
Por un instante, el reloj decidió detenerse,
las palabras se hicieron innecesarias,
y en el abrazo del sueño compartido,
celebramos en silencio la noche que nos unió,
donde el cielo, cómplice, se nubló a nuestro paso,
protegiéndonos bajo su manto,
como si el universo supiera que en ese momento
la ruleta de la vida nos había dado un respiro.
Cobijados en la intimidad de ese instante,
nuestros cuerpos encontraron la paz que tanto anhelaban,
y en la quietud del amanecer,
descubrimos que habíamos tejido un lazo
más allá de las palabras,
donde el amor se manifestó en cada gesto,
en cada mirada,
en cada latido que compartimos.
El tiempo se desvaneció,
dejándonos suspendidos en un sueño del que no queríamos despertar,
y mientras el sol se alzaba en el horizonte,
sabíamos que la noche, con su magia discreta,
nos había unido de una manera profunda y verdadera,
donde lo vivido no necesitaba ser explicado,
solo sentido,
como un secreto compartido entre el corazón y el alma.
Así, abrazados en el sueño de un nuevo día,
nos dejamos llevar por el ritmo pausado de la vida,
sabiendo que aquella noche había sido más que un encuentro,
había sido el comienzo de una historia

jueves, 1 de agosto de 2024

 El sol está en tus ojos,
una luz que nunca se apaga,
y en ellos, la vida misma
que, aunque se oscurece, sigue adelante.
Tus ojos, luz en la tormenta,
brillan con una intensidad inquebrantable,
iluminando los caminos más oscuros
con la esperanza que nunca cede.
En cada amanecer, en tu mirada esta
el coraje para enfrentar otro día,
la promesa de que, a pesar de todo,
siempre hay un motivo para sonreír.
A veces la vida se oscurece,
las sombras se alargan y el miedo susurra,
pero vos, con tu luz interior,
disipas las nubes y traes de vuelta el día.
Tus ojos son el hogar del sol,
refugio de sueños y esperanzas,
y en su calor encuentras la fuerza
para seguir, sin importar las pruebas.
Cada destello en tu mirada
es un rayo de sol,
un recordatorio de que, pase lo que pase,
podemos superar cualquier tormenta.
El sol está en tus ojos,
y en ellos, la vida renace cada día,
un ciclo eterno de luz y sombra,
donde siempre prevalece la claridad.
Y mientras sigas adelante,
con esa luz que te define,
sé que no hay oscuridad tan densa
que pueda extinguir tu espíritu brillante.
Así, en tus ojos veo el futuro,
un horizonte lleno de posibilidades,
donde el sol nunca se oculta,
y la vida, siempre, sigue adelante.
  En la distancia que nos separa,
hay un hilo invisible que nos une,
en cada llamada, en cada mensaje,
se siente la presencia, aunque no estemos juntos.
La magia de tu voz al otro lado del teléfono,
transforma la soledad en compañía,
cada palabra es un abrazo,
cada risa, una caricia al corazón.
Estar presente no siempre significa
estar físicamente cerca,
en tus mensajes encuentro consuelo,
en tus llamadas, una chispa de alegría.
Tus textos son como cartas de amor,
pequeñas ventanas a tu mundo,

donde compartimos lo cotidiano,
los detalles que hacen nuestra vida.
En cada “buenos días” escrito,
en cada “¿cómo estás?”, sincero,
se teje un lazo de ternura,
una conexión que trasciende el espacio.
Escuchar tu voz al final del día,
es como sentarse juntos a la mesa,
compartir las historias y anécdotas,
reírnos de las cosas simples y banales.
En la pantalla de mi teléfono,
veo tus palabras, siento tu presencia,
y aunque no estés físicamente aquí,
sé que estás, siempre, en algún lugar.
Tus mensajes son el eco de tu amor,
resonando en mi alma,
y en cada llamada, siento
que la distancia se desvanece.
Estar presente a través de la tecnología,
es un arte en sí mismo,
una prueba de que el amor y la amistad
no conocen límites, ni fronteras.
Aunque no pueda tocar tu mano,
ni verte cara a cara,
tu voz y tus palabras son suficientes
para llenar el vacío de la distancia.
En cada “te extraño” escrito,
en cada "te quiero" susurrado,
encuentro la fuerza para seguir,
sabiendo que estás, aunque no estés.
La presencia se siente en el alma,
y en la distancia, encontramos la forma
de estar juntos, de compartir la vida,
de amarnos sin barreras.
Que nunca nos falten las palabras,
los mensajes llenos de cariño,
las llamadas que acortan la distancia,
porque estar presente, aunque lejos,
es la verdadera magia del amor.

Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...