viernes, 3 de octubre de 2025

 Un panadero, un heladero, un publicista, un martillero, un odontólogo y un carpintero. 
Oficios distintos, vidas distintas, pero un mismo sueño, el de un barrio mejor, esa fue la chispa que encendió en Saavedra, a principios de la década del 60, el fuego solidario de una comunidad que entendió que su progreso no podía depender de individualidades aisladas, sino de la unión organizada de sus vecinos.
En tiempos donde el crédito parecía ser patrimonio exclusivo de los grandes capitales y de instituciones lejanas a la vida cotidiana, surgió la idea de algo distinto, una caja de crédito de, por y para los vecinos. Así, en 1962, nombres que hoy son memoria viva del barrio  Illuminati, Ángel Piacentini, Domingo Alfonso Molina, José Addario, César Panno, Santiago Spinogatti, entre tantos otros dieron forma a la Cooperativa de Crédito, Vivienda y Consumo de Saavedra, nacida en el seno del Club Estrella, primero en un local prestado y luego en su propia sede.
El día de su inauguración quedó grabado en la memoria colectiva. No fue solo el corte de cintas de una nueva institución, fue una verdadera fiesta popular, con un gran show en la puerta de la sede, con vecinos, comerciantes, profesionales y familias celebrando lo que significaba tener, por primera vez, una entidad financiera propia, administrada con honestidad y transparencia por gente del mismo barrio. 
Ese día no solo se abrió una caja de crédito, se inauguró un símbolo de pertenencia y confianza.
Lo que siguió después fue la prueba más clara de que el cooperativismo, lejos de ser una teoría, podía ser una práctica transformadora. 
La Cooperativa Saavedra llegó a tener más de 6.000 asociados y se convirtió en el motor de innumerables proyectos colectivos: acompañó a comerciantes y profesionales, apoyó a las escuelas, colaboró con los clubes y centros culturales, impulsó obras públicas como la instalación de cloacas, y hasta participó en la recuperación de empresas de transporte como las líneas 21 y 71. Todo esto, mientras en paralelo alimentaba la vida cultural con su sala Spilimbergo, que fue escenario de conciertos, teatro, conferencias y cine, gracias también al empuje de su activa comisión de damas.
No era solo una caja de préstamos: era un corazón latiendo al ritmo del barrio. De allí nació la frase que todavía resuena con orgullo: Saavedra engrandeciendo a Saavedra.
Ese esfuerzo fue reconocido en 1970, cuando la entidad recibió el prestigioso premio Pinos de Oro del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. Pero más allá de los galardones, lo esencial fue siempre el espíritu que la animaba: el compromiso vecinal, la transparencia, la solidaridad como norte. Como decía Santiago Spinogatti, el vecino tenía su banco, su propio banco administrado por los vecinos. No entendíamos mucho de números, pero sí sabíamos lo que significaba la conducta y la solidaridad.
A pesar de los embates de las dictaduras que intentaron sofocar la fuerza del cooperativismo, la Cooperativa Saavedra resistió y dejó un legado que hoy sigue vivo. En su antiguo edificio funciona actualmente una filial del Banco Credicoop, heredero directo de aquella gesta barrial y de tantas otras cajas de crédito que en todo el país demostraron que la unión solidaria es una herramienta económica tan eficiente como profundamente humana.
Hoy, al recordar a aquellos pioneros, no hablamos solo de nombres y oficios. Hablamos de un barrio entero que entendió que el verdadero poder está en la comunidad, en la capacidad de organizarse, en la voluntad de poner el hombro unos por otros. El panadero, el heladero, el publicista, el martillero, el odontólogo, el carpintero y todos los que se sumaron después dejaron una enseñanza que sigue vigente, cuando un barrio se une, no hay proyecto imposible.
En tiempos donde tantas veces se nos quiere convencer de que cada uno debe salvarse solo, la historia de la Cooperativa de Saavedra nos recuerda que la verdadera grandeza surge de la solidaridad, del esfuerzo compartido y del orgullo de decir: Lo hicimos entre todos.


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