En el año 1954, en medio de un escenario económico complejo que atravesaba nuestro país, un grupo de comerciantes del barrio, conocidos entre sí y en muchos casos amigos de larga data, decidió comenzar a reunirse. La motivación principal era clara: la necesidad de afrontar juntos las dificultades del momento y encontrar, en la unión y el intercambio de ideas, soluciones que individualmente hubieran sido mucho más difíciles de alcanzar.
Al principio se trataba de encuentros informales, donde se compartían problemas cotidianos y se proponían posibles respuestas. Pronto se hizo evidente que la conversación y el trabajo colectivo eran un camino fértil: las experiencias de uno podían servir a otro, los conocimientos se complementaban, y la fuerza del grupo daba impulso a proyectos que de manera aislada hubieran resultado imposibles. Así, paso a paso, las reuniones fueron tomando forma hasta cristalizar en la conformación de una comisión que, con gran esfuerzo, tramitó su personería jurídica.
Lo primero fue asociar a los comerciantes y, con entusiasmo, comenzar a darle vida comunitaria al barrio. Junto al mástil de la plazoleta de Tronador se organizaron los primeros festejos de las fechas patrias, izando la bandera con orgullo y compartiendo el sentimiento nacional. También se impulsó la costumbre de dejar en cada local una franja recordatoria con mensajes de felicitación para cada fecha importante: el Día de la Madre, el Día del Niño o las fiestas de fin de año. Estos gestos sencillos fortalecieron los lazos entre comerciantes y vecinos, consolidando la idea de que la institución era parte esencial de la vida cotidiana.
Es fundamental destacar que en aquellos años los comercios de barrio tenían un papel central en la vida comunitaria. No existían supermercados ni grandes cadenas; las compras se realizaban en los negocios cercanos y el pago era siempre en efectivo, ya que aún no se hablaba de tarjetas de crédito ni de transferencias bancarias. Los comerciantes eran, entonces, verdaderos referentes: hombres y mujeres cuyos apellidos estaban íntimamente ligados a la historia del barrio y que brindaban, además de productos y servicios, un sentido de cercanía y pertenencia a cada vecino.
Cabe recordar que vecinos y comerciantes muy conocidos, como Galavani de la farmacia, Stella de la sastrería, Gómez de la ferretería, Spienza y muchos otros, fueron los pioneros de estas reuniones.
Ellos sentaron la piedra valiosa de una institución que con el tiempo se transformó en clave para el progreso del barrio, dejando una huella imborrable en la historia comunitaria.
En paralelo, en otro sector del barrio comenzaba a gestarse un movimiento con fuerte impronta social: el cooperativismo. Vecinos visionarios se reunían con la idea de promover créditos, ayudas mutuas y formas de organización comunitaria que favorecieran la modernización del entorno barrial. Con el tiempo, tanto la comisión de comerciantes como el grupo cooperativista fueron consolidando su presencia, obteniendo resultados notables que beneficiaron a toda la comunidad.
Con el correr de los años, y gracias a la apertura de la Cooperativa de Créditos del barrio, la Comisión logró dar un paso relevante. Con el aval de salir como garantes, algunos comerciantes consiguieron un crédito que, con la ayuda de la Cooperativa, permitió comprar el primer piso de la esquina de Av. Del Tejar y Tronador.
Allí adquirieron dos oficinas que, al unirse, se transformaron en un pequeño salón de reuniones con una secretaría y un baño, en una de las esquinas más céntricas del barrio.
Llegar a conseguir esa sede fue un logro que costó muchísimo, pero gracias al esfuerzo conjunto y al aporte de todos los comerciantes mes a mes, se pudo ir pagando el crédito otorgado. No fue fácil, pero se consiguió, y hasta el día de hoy se recuerda con gratitud el gesto de aquellos comerciantes que salieron de garantes de ese crédito inolvidable y significativo para la vida de la institución.
Sería injusto nombrar a todos y arriesgarse a olvidar a alguno, por lo que solo se mencionan algunos referentes a modo de ejemplo; entre ellos estuvieron Giménez, Fumo, Méndez, Santos, Trípodi, Casenave, Marrero y muchísimos más. Lo importante es dejar en claro que cada uno de esos comerciantes fue protagonista y merece el mismo reconocimiento, porque juntos hicieron posible un sueño que parecía inalcanzable.
Con el correr del tiempo, la unión de los comerciantes se instaló con fuerza en el barrio.
La Comisión estuvo presente en todas las fiestas patrias, organizando desfiles con bandas de distintas fuerzas, y con una conducción ordenada integrada por presidente, vicepresidente, secretario, prosecretario, tesorero, protesorero y vocales titulares y suplentes.
Además, cada fin de año, junto con la presentación de la memoria y balance, se celebraba una gran cena a la que concurrían entre 300 y 500 personas. Allí no faltaban los sorteos y premios donados por los propios comerciantes y fabricantes de la zona.
La vida institucional se enriquecía con actividades que marcaron una época: la carroza para el Día de la Primavera, el Tren de la Alegría para el Día del Niño, los sorteos para el Día de la Madre, campeonatos de fútbol, y los inolvidables corsos de carnaval organizados por la Comisión de Comerciantes. Todo ello dejó una huella imborrable en la memoria del barrio.
Hoy solo queda el recuerdo de aquellos hombres y mujeres que con compromiso, esfuerzo y pasión dejaron todo por su barrio. De aquellas cenas multitudinarias, de los campeonatos, de los corsos y del tren de la alegría que llenaban de sonrisas a chicos y grandes. Sería imposible nombrarlos a todos, pero este artículo pretende recordarlos colectivamente: desde el alumbrado de la primera farola hasta la última luz encendida en un carnaval, en cada gesto, en cada aporte y en cada idea está presente el recuerdo de esa institución increíble y querida, que marcó para siempre la vida de nuestro barrio.

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