viernes, 18 de abril de 2025

 La tarde caía gris,
una bruma leve
acariciaba las ramas del sauce
como un secreto que se moja en silencio.
Y ahí,
en esa orilla desierta del Carapachay,
te encontré.
El frío buscaba meterse entre la ropa,
pero vos inquieta, serena
encendías con la mirada
lo que la llovizna no podía apagar.
Te acercaste,
y cada paso tuyo
era un latido más rápido en mi pecho.
El aire olía a río,
a madera mojada,
a deseo contenido.
Tus dedos, tibios,
buscaron los míos,
y fue como si el invierno retrocediera
un instante.
Nos refugiamos bajo un alero viejo,
pero no nos protegíamos de la lluvia
nos cobijamos del mundo.
Tus labios encontraron los míos
como si recordaran otros inviernos,
y en esa caricia húmeda,
despacio,
el deseo comenzó a desvestirnos.
Las gotas repicaban en el techo,
el viento soplaba entre los árboles,
y nosotros,
piel con piel,
jugábamos a perdernos
sin tiempo ni pudor.
Tu cuerpo se curvaba bajo mis manos
como un río que no quiere ser domado.
Tus muslos se abrían
al compás de una urgencia callada,
y en cada movimiento tuyo,
la llovizna parecía danzar.
Hice el amor
como quien escribe en la niebla,
dejando huellas que sólo el calor revela.
Y vos,
con la espalda arqueada
y la boca apenas abierta,
me dijiste todo
sin decir una palabra.
Después,
con la lluvia cayendo más suave,
nos quedamos abrazados,
mudos y plenos,
escuchando al río pasar,
como si bendijera lo que habíamos hecho
bajo su cielo gris.

 El sol caía lento,
como si supiera
que esa tarde no era de despedidas,
si no de reencuentros.
La piel del río brillaba
y nosotros,
a pocos metros del Paraná,
nos buscábamos otra vez
sin palabras,
como dos que ya se saben
de memoria y fuego.
Tus manos, qué decir
me encontraron
como si hubieran estado esperando
toda la tarde.
Y yo,
me abrí al roce de tus dedos
como el agua al reflejo de la luna.
El calor no venía del sol,
sino de tu cuerpo
acercándose al mío,
despacio,
con esa urgencia dulce
que tiene el deseo
cuando también es ternura.
Nos dejamos caer sobre la tierra húmeda,
rodeados de sombras verdes,
de grillos,
de perfumes salvajes.
Tu boca bajaba lenta,
mi espalda arqueaba el cielo,
y el río —silencioso—
guardaba nuestro secreto.
Eras marea en mis piernas,
latido entre mis muslos,
tormenta contenida
rompiendo en caricias
la orilla de mi espera.
Nos amamos como si el mundo
fuera sólo eso:
vos adentro mío,
yo rodeándote
como una canción sin final.
Y después,
enredados bajo la luna,
quedamos en silencio,
respirando el uno al otro,
como dos ramas
que el río no se atreve a separar.


martes, 15 de abril de 2025


 Qué hondura tiene el silencio
cuando el cuerpo ya no arde
pero aún respira en suspiros
como quien no quiere irse del todo.
Tus dedos dejaron su idioma
en mi piel, como si quisieran escribirme
un poema que sólo se entiende 
con los ojos cerrados.
No hubo prisa.
Sólo tiempo dilatado en el vaivén exacto
donde el alma se asoma a ver si es cierto
que dos pueden tocarse tan hondo
y no romperse.
Tu aliento aún flota como una brisa tibia
que no se resigna a partir.
Y yo, con el pecho lleno de tu calma,
me dejo habitar por este amor
que sabe ser caricia después del fuego.

 Solos.
Ni el viento se atreve a interrumpirnos.
Hay un murmullo de agua
y tu piel luz de luna
brillando sobre las sábanas tibias.
La posada nos abraza,
como si supiera
que el mundo quedó allá lejos,
entre las cañas,
donde el río olvida los nombres.
Desnudos, sí,
pero no por el deseo solo,
sino por esa otra desnudez
que sucede cuando el alma
también se entrega.
Tu cuerpo y el mío,
mecidos como dos canoas
deslizándose lento
bajo el hechizo de las estrellas,
sin más mapa que el temblor
de un suspiro compartido.
Me mirás con los ojos del agua,
y entonces todo lo demás
deja de importar:
la ciudad, los relojes, las palabras.
Sólo quedan tus dedos en mi espalda
y la certeza de que el amor,
cuando es hondo,
sabe ser también abrigo.

sábado, 5 de abril de 2025

 Dos vasos de boca ancha, pesados de whisky
para ser más exacto, hielo y debajo del brazo
la botella, ya por la mitad, a unos metros
no muchos y a orillas del río el muelle
sobre el río Carapachay, hacia el este la luna sobre
la espesa arboleda y el reflejo sobre las aguas
qué justo ahora vienen bajando del Paraná.
Una medida no más, y así pasábamos
la noche de sábado, después de la cena
antes de dormir y sin apuro, a la luz
de un simple y tenue farol sentados en la vieja escalera
mientras muy juntos y mirando correr la luna,
una y otra noche,vos, me acompañabas suavemente
con tiernos acordes de guitarra, yo te escribía
una y otra vez poesías, al color se tus mejillas, al tono
azabache de tu cabello, a tu hermoso timbre de voz,
y al corazón que encierras y desplegando
ternura en  tu mirada, las horas pasaban.
Cuando ya la luna dejaba el río nos íbamos a dormir
abrazando la noche en besos y los cuerpos en alma
para juntos despertar el domingo entre medias lunas,
allá en el Tigre, donde el Carapachay se adueña
de los sueños y los convierte por algunas horas en realidad.

 Atado a la curva de tu cintura,
me estiro como río entre tus valles,
agrando mi ser, me vuelvo fuego lento,
para entrar en vos sin prisa, sin medida,
como un loco que ha dejado la razón
en la orilla donde empieza tu perfume.
Me hundo en tus silencios con los ojos cerrados,
beso el temblor que se enciende en tu vientre
y me dejo llevar, torrente y naufragio,
por las rutas que dibuja tu deseo.
En cada pliegue me reinvento,
en cada jadeo me descubro,
y estallo, sí, como un grito contenido,
como un relámpago que no avisa,
como la última gota de una tormenta larga
que se evapora en tu piel,
dejando en el aire el aroma del temblor.
Perturbo mi calma, y la tuya,
como quien encuentra en el otro
el punto exacto donde arder sin miedo.
Y ahí, en el pulso compartido,
donde ya no hay tiempo ni distancia,
me ato a tu sombra, a tu voz entrecortada,
al placer que no se nombra
pero que todo lo llena.
Sé, sin pensar, que encontré
el puerto donde desembarco,
el suelo firme que mis pies desearon
en todas las noches sin abrazo.
Y allí me quedo,
en tu abrazo profundo y sin medida,
seguro del terreno que pisaré,
y del cielo que me cubrirá cuando te nombro
sin hablar, desde adentro.


lunes, 17 de febrero de 2025

 
Que el agua cante sobre tu piel
y arrastré la prisa de este día,
que cada gota, como un pincel,
dibuje en tu cuerpo la calma tibia.
Que el vapor acaricie en el aire
las últimas sombras de la jornada,
y al roce templado sobre tu piel
se funda el cansancio en la nada.
Deja que el perfume de la noche
se mezcle en tu aliento pausado,
que la cama reciba tu dulce derroche,
el sueño venciendo a lo agitado.
Duerme, sin peso ni prisa,
que la luna vele tu suave latido,
y si el viento llega con tenue brisa,
te llevé mi voz en un beso escondido.
Que el alba respete tu sueño profundo,
que el tiempo se rinda a tu descanso,
y cuando despiertes, en tu mundo,
se encienda el sol en tu abierta ventana.
 Llega el viento, susurro callado,
despeinando sombras, rozando la piel,
y en su frescura de aroma liviano
se lleva el ardor de este largo ayer.


En su danza tierna y secreta
apaga el calor que quemó la jornada,
se enreda en tu piel, caricia discreta,
y arrulla tu sueño con brisa templada.
Duerme, amor, que el viento te guía,
te eleva entre nubes, te envuelve en su vuelo,
y en el paraíso de la noche fría
descansas liviana, flotando en el cielo.
Que baje la fiebre del sol que ardía,
que el cuerpo encuentre su dulce equilibrio,
y en cada suspiro que el aire te envía
se quede mi beso, eterno alivio.









sábado, 15 de febrero de 2025

 
El viento te trajo en una noche callada,
donde la soledad pesaba en el alma.
Tu mirada incierta, un brillo escondido,
como quien teme volver a soñar.
Al principio, tus pasos dudaban,
la desconfianza era un eco lejano,
pero en cada palabra, en cada silencio,
dejabas caer el miedo en mis manos.
Bajo la luna de plata serena,
con el mate humeante y el río al compás,
largas historias tejimos al viento,
como dos almas que aprenden a volar.
Pero entonces llegó la tormenta,
el cielo rugió su canción ancestral,
y en tus pupilas danzaba el espanto,
un viejo temor difícil de ahogar.
Te cubriste el rostro, buscaste refugio,
susurraste en voz alta, no quiero mirar.
Las gotas, feroces, besaban la tierra,
y el trueno en la noche rompió tu paz.
Me quedé a tu lado, sin prisa, en silencio,
tomé tu mano con dulce calor,
es solo la lluvia, te dije despacio,
solo un susurro de nubes en flor.
Te aferraste sola con un gesto callado,
hasta que el miedo se echó a dormir,
y en tu sonrisa, tan pura y traviesa,
vi que la lluvia empezaba a partir.
Desde ese día, entre risas y cuentos,
el agua no trajo más soledad,
porque en mis brazos hallaste cobijo,
y yo, en los tuyos, mi eternidad.

sábado, 8 de febrero de 2025


 El alivio llega, como llega tu abrazo,
en una tarde de lluvia pausada,
cuando los pájaros se esconden callados
y el cielo nos cubre con su manta plateada.
El sol, que ardía sobre las horas,
cede su reino a la brisa serena,
y el mundo respira en tu risa de fuego,
en el roce sutil de tu voz que me quema.
Así llegas vos, con el alma encendida,
con palabras que bailan, que envuelven, que atrapan,
con tu picardía que enciende la vida
y vuelve con ternura lo que era a distancia.
El río murmura lo que no decimos,
testigo callado de nuestro secreto,
las gotas que caen dibujan en juncos
un mapa invisible de abrazos eternos.
No hay soledad si tu piel me nombra,
si tus ojos cantan en medio del viento,
y en la brisa dulce que juega en el agua
se enreda el latido de nuestro misterio.
Qué hermoso es saber que el tiempo se rinde,
que la tarde no es sombra, sino caricia,
porque en tu presencia todo es infinito,
y la vida, con vos, es pura poesía.

No hay muchas como ella,
contadas en los dedos de un destino caprichoso,
tallada en un molde que el tiempo rompió
para que nadie más pudiera imitarla.
Es un susurro de río en la siesta del campo,
un relámpago que no anuncia tormenta,
el vino exacto servido en la copa correcta,
la carta ganadora que nadie esperaba.
Tiene en los ojos la chispa de la infancia
y en la risa un eco que vuelve.
Camina sin prisa, pero deja huella,
como si la tierra la reconociera suya.
No es de nadie, ni siquiera del viento,
aunque el aire se enreda en su pelo
y la luna se inclina un poco más
cuando la ve pasar los viernes de verano.
Pero si me nombra, si me elige,
si sus manos buscan las mías en la oscuridad,
entonces el mundo entero se apaga
y solo existimos ella y yo.
Edición limitada, irrepetible,
un amor que no se mide en tiempo,
si no en la certeza absoluta
de que a su lado todo cobra sentido.

Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...