martes, 28 de enero de 2025

 Cuando se refugia en sus brazos, el mundo tal como lo conoce deja de existir. Dentro de ese abrazo, el tiempo pierde toda lógica. Los minutos se estiran como eternidades dulces, y las horas se deslizan como brisas ligeras. No importa cuán gris ha sido el día, ni cuánto ruido rodea su existencia; en ese lugar, todo se apaga y todo sana.Para él, ese abrazo no tiene puertas ni ventanas, pero está lleno de luz. Es un refugio donde puede despojarse de toda pretensión. Ríe hasta quedarse sin aliento o llora sin esconder las lágrimas, dejando que caigan sin el menor reparo. Sabe que no habrá juicios ni miradas inquisitivas. En ese espacio que juntos construyen, la vida cobra un significado distinto: los colores son más vivos, las texturas más suaves y las penas menos pesadas. Es un lugar donde no hay cabida para las mentiras ni para las sombras. Hay momentos en los que el silencio habla por ellos. No necesitan palabras. Basta con el ritmo acompasado de sus respiraciones, con el calor que se transmite a través de la piel, con los latidos que resuenan como un eco compartido. En esos instantes, el mundo parece detenerse. La realidad se suspende, y solo quedan ellos, creando un universo propio. Nada más existe. Nada más importa. Cuando finalmente sale de ese refugio, no lo hace del todo. Algo de ese abrazo siempre lo acompaña. Lo lleva en el pecho, como un resplandor tibio que se niega a extinguirse. Ese recuerdo, esa sensación, se convierte en palabras, en versos, en fragmentos que intentan capturar lo inexplicable. Pero, por más que escriba, sabe que ningún poema ni relato será suficiente para contener la magnitud de lo que han creado simplemente abrazándose.
Para él, ese abrazo no es solo un gesto. Es un lugar. Un mundo entero. Y, cada vez que lo vive, entiende que no hay nada más importante que ese instante compartido, donde las fronteras se desdibujan y la felicidad encuentra su forma más pura.

domingo, 26 de enero de 2025

 Mayo siempre ha sido un mes que desafía al tiempo y al orden establecido, un mes en el que la historia, los astros y los corazones parecen alinearse para dar paso a cambios trascendentales. Es un mes que, en nuestro país, lleva la marca indeleble de la revolución, de las luchas populares y de los encuentros inesperados que transforman vidas.
El 25 de mayo de 1810, las calles de Buenos Aires se llenaron de voces que clamaban libertad, marcando el inicio de un camino que fundó las bases de nuestra patria. La Revolución de Mayo no fue solo un acto político, fue también un grito del espíritu colectivo, una declaración de independencia que resonó en el corazón de cada habitante de estas tierras. Fue el comienzo de un sueño que, aunque aún imperfecto, nos definió como un pueblo capaz de levantarse ante la injusticia.
Años después, el 29 de mayo de 1969, el Cordobazo sacudió nuevamente las entrañas de la nación. Obreros y estudiantes salieron a las calles de Córdoba en una revuelta que marcó un punto de inflexión en nuestra historia reciente. Fue un acto de rebeldía pura, de resistencia contra un sistema que pretendía silenciar las voces del pueblo. Aquellos verdaderos sindicalistas, con sus banderas al viento y su coraje en alto, demostraron que la lucha por la dignidad y la justicia social nunca será en vano.
Mayo no solo pertenece a la historia argentina. En el lejano 1968, el Mayo Francés encendió la chispa de una revolución cultural que trascendió fronteras. París se llenó de barricadas, de gritos de libertad, de estudiantes y obreros que soñaron con un mundo distinto. Las paredes hablaban con grafitis que invitaban a imaginar lo imposible: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Ese mayo demostró que las ideas también pueden ser revolucionarias y que el deseo de cambio es universal.
Y, sin embargo, no son solo los grandes acontecimientos los que convierten a mayo en un mes especial. En ese telar de revoluciones y transformaciones, también se entrelazan los hilos de historias personales, esas pequeñas revoluciones que también merecen ser contadas.
Fue en un mayo de esos, cuando la casualidad —o el destino, o los astros, o quien sabe qué fuerza— hizo que dos personas que durante años habían caminado las mismas calles, frecuentado los mismos lugares y hasta compartido los mismos silencios, finalmente se encontraran. Durante mucho tiempo, sus vidas habían sido paralelas, como dos ríos que corren cerca pero nunca se cruzan. Sin embargo, aquella noche de mayo, algo cambió.
La luna estaba alta y llena, como si quisiera ser testigo de ese momento. Entre palabras y miradas, decidieron que ya era hora de dejar de pisarse los talones. Ya no había necesidad de competir por un espacio en el mismo camino; comprendieron que podían caminar juntos. Fue un encuentro que no necesitó explicaciones, porque todo lo vivido antes, todos esos años de coincidencias silenciosas, parecían haber sido una preparación para ese instante.
Mayo es así. Es el mes en que los corazones encuentran su revolución, en que las historias cambian de rumbo y en que lo extraordinario se viste de casualidad. Mayo tiene ese “qué sé yo” que lo hace inolvidable. Porque, como la historia nos enseña y como la vida nos recuerda, mayo siempre será el mes de las revoluciones y los encuentros que cambian todo.

  La tarde se deshace en oro,
deslizándose suave entre los juncos,
el río susurra historias antiguas,
y el remo acaricia la piel del agua.
Las embarcaciones se mecen, lentas,
como hojas que el viento olvida.
Aquí el tiempo pierde su prisa,
y el alma se hermana con la corriente.
El sauce inclina su verde melena,
secreto confidente del Paraná,y un coro de aves dibuja melodías
que se pierden en el cielo azul.
El sol, cansado, desciende, despacio,
tiñendo de cobre las sombras del delta.
Cada reflejo es un verso fugaz
que el río canta y la tarde atesora.
Navegar es sentir la caricia
de un mundo que no sabe de muros,
es perderse para encontrarse,
como el agua que siempre regresa al mar.
En el delta, la tarde es poesía,
un instante eterno que nunca se olvida.
  Eres mujer de fuerza y de vuelo,
luchadora incansable en mares de tormenta,
y, aun así, en medio del correr de la vida,
guardas la ternura de un susurro al amanecer.
Tu inteligencia es luz que guía caminos,
en la noche más oscura,
y con cada palabra, construyes puentes
hacia un mundo que entiendes y transformas.
Eres capaz, poderosa,
con manos que levantan y sostienen,
con una voluntad que desafía los vientos
y un corazón que late al compás de la esperanza.
Hermosa, sí, pero más allá del reflejo,
tu belleza es la calma de una mirada sincera,
el misterio de un gesto que no se agota,
la gracia que encuentras hasta en lo sencillo.
Eres amada, profundamente, sin medida,
porque en ti habita el fuego de los sueños,
la suavidad de un abrazo en el momento justo
y la promesa de un mañana que siempre florece.
En vos se mezclan las mareas y los cielos,
la pasión ardiente y la dulzura calma.
Eres la llama que calienta mi pecho
y el agua que apacigua mi sed.
Tu risa es un canto que llena la casa,
tu piel, un lienzo que guarda historias,
y tu voz, la melodía que me acompaña
en cada uno de mis días y mis noches.
Eres un libro que nunca dejo de leer,
una aventura que no deseo terminar,
el motivo por el que mi mundo
tiene sentido y horizonte.
Tu sensualidad no está en el artificio,
sino en la manera en que existes, plena.
En cada mirada que entrega y reclama,
en cada gesto que promete universos.
Por todo esto y más,  mujer amada,
luchadora de días y noches,
te celebro, te admiro y te deseo.
Sos vos, el eje de mi alma y mi verso.
Sos vos, la razón de este poema.
   

En el Delta del Tigre, la libertad se despliega,
en cada rama que susurra su canción al viento,
en las aguas que serpentean, libres y serenas,
donde el alma encuentra refugio y aliento.
La libertad en el Delta es el aire puro,
que acaricia el rostro con su brisa suave,
es el canto de las aves en su vuelo seguro,
es la naturaleza viva, salvaje y colorida.
Es el reflejo del cielo en el agua tranquila,
donde los peces juegan en su danza sin fin,
es la tierra fértil, verde y fecunda,
que se extiende generosa hasta el confín.
Es el murmullo del río en su viaje constante,
sin fronteras, sin límites, solo fluir,
es la esencia de lo indomable y vibrante,
donde la vida late con fuerza al existir.
La libertad en el Delta es el abrazo del sol,
que despide la noche y recibe el día,
es la luna que se alza en su manto de cristal,
inspirando sueños de paz y alegría.
En todas sus dimensiones, el Delta es libertad,
es la conexión profunda con lo eterno y natural,
es la voz del universo en su más pura verdad,
un santuario donde la libertad es total.

 Dos reposeras junto al río,
un mate y una conversación inolvidable.
Niños que corren, amigos que se encuentran
y la luna, girando como un testigo eterno.
El río cambia el rumbo de sus aguas,
el viento amaina su danza
y la luna se pierde en el horizonte
detrás de los árboles oscuros.
Todo pasa con ella,
su risa es el eco que llena el paisaje,
su presencia, un fuego que abriga la noche.
Ella, musa encubierta,
teje poesía sin darse cuenta.
Ya no hay niños,
apenas alguien camina a lo lejos,
una sombra que se desvanece,
mientras ella sigue ahí,
alegre, profunda, infinita.
El mate se enfría
pero las palabras arden,
y los minutos, las horas, la vida,
todo gira en torno a ella
que transforma lo efímero en eterno,
lo cotidiano en poesía.

sábado, 18 de enero de 2025

Ella es la emoción que despierta la vida,
dulzura escondida en la simpleza infinita.
Es una palabra que danza con firmeza y calma,
pronunciando auxilio que acaricia el alma.
Ella son mis lágrimas, mi risa, mi anhelo,
en el silencio donde la escucho y me vuelo.
Guarda en sus manos problemas y claves,
casillas de vida con soluciones suaves.
Es sonrisa y fuerza, refugio y valor,
guarda las palabras como un fiel fulgor.
Es el sol, la luna, las estrellas lejanas,
la lluvia que canta, el viento que emana.
Es mi musa, mi poesía, mi melodía,
pero debería ser un libro, una vida.
Páginas enteras que cuenten su ser,
relatos sin fin de su modo de querer.
Todo en sus ojos, en su voz tan sincera,
en sus consejos, su esencia entera.
Ella, única en el vasto universo,
y en la vida, mi verso más sentido.
El cielo plomizo baña Buenos Aires,
las palomas esperan en el campanario.
Una lluvia se anticipa, refresco anhelado
para una ciudad sofocada por el calor.
Días de asfalto ardiente y pasos lentos,
de ventanas abiertas buscando un respiro,
mientras los ventiladores cantan su letanía.
Es la quincena de vacaciones,
el mar retrocede ante el bullicio.
La oposición se queja, calculadora en mano,
cuentan turistas, porcentajes, estadísticas.
En el peaje, el conteo no se detiene:
autos, familias, rutinas en tránsito.
Mientras tanto, aquí en la ciudad,
el asfalto comienza a dejarnos transitar
más libre y rápidamente.
El aire, aunque denso, promete alivio.
En la orilla del río, donde el mundo desacelera,
las sillas que manos trabajadoras restauraron con amor
aguardan como siempre nuestra llegada.
El mate nos acompaña, humeante y paciente,
mientras las primeras gotas intentan limpiar el cielo.
Conversamos como solo se conversa junto al agua:
sin apuro, sin tiempo, sin final.
Las palabras fluyen como el río,
tocando temas hondos y livianos,
tejiendo historias entre risas y silencios.
Y cuando la lluvia cede, la luna emerge.
Nos encuentra abrazados bajo miles de estrellas,
unidos no solo por el cielo inmenso,
si no, también por los sueños y los recuerdos
qué noche a noche compartimos al borde del río.
Mientras tanto, mirando por la ventana
en la paz del día plomizo, ella: toma café.

lunes, 13 de enero de 2025

 
Aquella tarde de magia sencilla,
apoyé mi cabeza en tu pecho,
y el mundo entero pareció detenerse.
En la penumbra suave que nos envolvía,
las palabras fluyeron como un río sereno,
descubriendo anécdotas guardadas,
tesoros escondidos en los recovecos del tiempo.
Hablamos de vidas largas y plenas,
de risas atrapadas en el recuerdo,
de sueños que aún esperan su turno.
Cada frase era una llave
que abría puertas secretas,
y entre palabra y suspiro,
nos perdimos en la complicidad del momento.
Todo fue fantástico, inolvidable.
Los relojes, rendidos ante nuestra unión,
clavaron sus agujas en un instante eterno.
El sol, celoso quizás, detuvo su camino,
y la luna se quedó quieta,
observando desde lejos
la magia que en silencio tejíamos.
¿Y cuál magia?
Esa que nace de algo más profundo
que las palabras pueden explicar.
Esa que solo tú conoces,
como un misterio guardado en tu voz,
en tu risa, en la forma en que miras.
Una magia que el resto del mundo
nunca podrá entender.
En medio de la oscuridad,
sin más luz que la de nuestra entrega,
creamos un universo propio,
un rincón secreto donde el tiempo no existe.
Allí, éramos solo nosotros,
sin prisa, sin miedo,
solo un par de almas que se encontraron
y decidieron quedarse.


 El sol comienza a despedirse sobre la laguna Idahome,
tiñendo el agua de tonos dorados y cobrizos,
reflejando la calidez de tu cuerpo,
que una y otra vez se desliza con gracia sobre el agua,
como una sirena que ha decidido reinar en la tarde.
Cada movimiento tuyo es poesía,
una danza que se funde con las ondas del agua,
mientras el bote se acuna suavemente,
acompañado por el susurro de la vegetación
y el canto lejano de las aves,
guardianas de este silencio profundo y sagrado.
Estamos escondidos en el corazón del delta,
a pocos metros del Carapachay,
un refugio donde el mundo se olvida de nosotros
y nosotros del mundo.
Subes y bajas del bote,
como un juego que no necesita reglas,
y entre risas intentas que me una,
que deje la seguridad de mi rincón
para abrazar la libertad del agua con vos.
El atardecer se viste de fiesta,
adornando el cielo con pinceladas de fuego.
Y allí, entre risas y miradas,
una danza de placer nos envuelve.
El agua, cálida y cómplice,
nos invita a ser niños y amantes a la vez,
a explorar ese instante eterno
donde todo lo demás deja de importar.
Es un sábado más,
una tarde más en este paraíso secreto,
pero cada momento contigo
parece nuevo, irrepetible,
como si el delta nos reinventara con cada encuentro.
Tu voz, dulce y melodiosa,
se convierte en la canción del verano,
una melodía que llena el aire
y que solo los que aman profundamente pueden escuchar.
Cuando el crepúsculo comienza a ceder,
y las sombras anuncian la llegada de la noche,
nos abrazamos, envueltos en un amor que no conoce tiempo.
El bote, fiel compañero, nos lleva río arriba,
a un destino que solo nosotros conocemos.
El nido que construimos es un misterio,
un rincón escondido en el delta,
donde el amor nos cobija
y la belleza del mundo parece detenerse para contemplarnos.
Las estrellas, una a una,
comienzan a guiarnos con su brillo silencioso.
Ellas son testigos de nuestro secreto,
del amor que crece en medio de estas aguas,
donde el delta se convierte en cómplice
de lo que solo vos y yo compartimos.
Allí, bajo el manto nocturno,
con el río como testigo eterno,
nos dejamos llevar por la corriente,
sin importar el destino,
porque en este refugio de amor y naturaleza,
todo lo que importa es que estamos juntos,
y el resto del mundo puede esperar.

 El sol se hundía con pereza tras el horizonte, bañando el paraje de Las Palmas en tonos dorados y anaranjados. Allí, al final de la ruta 25, donde la civilización parecía ceder ante la inmensidad de la naturaleza, el mundo se ralentizaba, y el tiempo, como una brisa tibia, envolvía todo con suavidad. Ella apareció como si formara parte de aquel paisaje, caminando entre los altos pastizales, con una delicadeza que hacía dudar si sus pasos realmente tocaban el suelo. Sus ojos capturaban los colores del atardecer y los multiplicaban en matices que parecían infinitos. Su cabello, libre y rebelde, danzaba al compás del viento, y su risa –una música que ninguna melodía podría igualar– se deslizaba sobre las aguas tranquilas del río cercano. Desde el momento en que sus miradas se cruzaron, algo en el aire cambió. Hablaron poco al principio, porque el lenguaje de las palabras era torpe comparado con lo que sus gestos y silencios decían. Él, un viajero que había llegado buscando soledad, halló en ella un hogar al que nunca había pertenecido.Ella lo condujo a un rincón escondido, donde las palmas se alzaban como columnas que sostenían el cielo. Bajo su sombra compartieron historias y risas, mientras el tiempo parecía doblarse para extender cada instante. Esa noche, a la orilla del río, ella le propuso lo impensable: partir juntos.¿Adónde?, preguntó él, aunque sabía que no importaba. Donde nos lleve el río, respondió ella, y su sonrisa contenía todas las promesas que el mundo podía ofrecer. Al amanecer, con el canto de los pájaros como despedida, subieron a un viejo bote de madera que parecía esperarles. Con el río como guía, dejaron atrás Las Palmas, llevándose en sus almas la esencia del paraje. El agua reflejaba sus rostros, iluminados por un nuevo amanecer. No sabían a dónde los llevaría la corriente, pero la incertidumbre era un alivio cuando estaban juntos. Ella cantaba canciones antiguas, y él remaba al ritmo de su voz. Ambos aprendieron a leer en los susurros del río y en las señales del cielo.Con el tiempo, el mundo cambió a su alrededor, pero su amor permaneció inmutable. Cada puerto que tocaban era un capítulo nuevo; cada río que navegaban, un hilo más en la trama de su historia.
Nunca regresaron a Las Palmas, pero el paraje vivía en ellos, en cada mirada, en cada risa compartida, como un recuerdo de la primera vez que el destino los unió.


Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...