sábado, 30 de noviembre de 2024

Lluvia Pasajera.

 La lluvia pasajera,
un respiro del clima,
el descanso del sol,
minutos que mojan las esperanzas
y hacen brotar raíces
donde antes solo había vacío.
Pero también trae su peso,
un pecho aplastado
por palabras que no llegan,
por soluciones que no existen,
por el desahogo que se escapa
entre gotas que resbalan
sin detenerse.
Todo pasa en minutos,
y en esos mismos minutos
todo se rompe.
Como el viejo jarrón
que, por un trueno solitario,
cae al piso en mil pedazos,
gritando su fragilidad.
Luego, la luna sale,
atrevidamente majestuosa
y el cielo se estrella
como minutos antes
más azul, más brillante,
más limpio.
Buenos Aires respira,
enloquece entre bares y heladerías,
mientras un tango triste y llorón
acompaña a los que todavía
tienen heridas abiertas
o amores ausentes.
La madrugada,
con su mezcla de risas y lágrimas,
es un escenario donde el amor
y la nostalgia bailan juntos,
como viejos amantes
que no saben despedirse.
Y ahí, en medio del caos y la calma,
la lluvia ya es solo un recuerdo,
un murmullo del cielo
que dejó su huella
en la ciudad y en el alma,
recordándonos
que incluso en la tristeza
hay belleza.



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