La miró, pero no la vio.
El mundo a su alrededor era un tapiz de vanidades,
un ruido constante que ahogaba la esencia.
Pero ella habló, y entonces la vio.
Llegó con el alma desnuda,
desnudando las palabras, hilando ideas,
clavándole un vistazo como quien rompe un cristal.
El río, testigo silencioso, se llenó de colores,
miles de reflejos danzando en sus aguas,
y el sendero, antes retorcido, se alisó.
De pronto, todo fue claro,
no importaba el destino,
solo el viaje.
Ahora caminan, juntos,
ella con su risa que es verso,
él con su mirada que es canción.
El mundo detrás quedó en penumbras,
pues han encontrado el fulgor en el otro,
y en ese sendero interminable,
la eternidad los espera,
amándose como poesía,
vividos como un fuego lento
que jamás se apaga.
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