La luna, traviesa, escapó aquella noche,
y al compás de las campanadas del reloj,
las horas pasaron sin prisas.
Fue un encuentro al estilo Sabina,
donde el deseo nos llevó por caminos
que solo conocíamos en sueños.
Bajo la luz tenue de la vela,
nos exploramos con manos temblorosas.
El cigarrillo, entre susurros y risas,
nos iluminó como un testigo silencioso.
marcaban el tiempo en que nos perdimos,
en la pasión que ardía en cada mirada.
Así, nos amamos a distancia,
en un encuentro furtivo y apasionado,
donde el reloj de pared no importaba,
solo tú y yo, y la luna cómplice,
fuimos testigos de esa noche desenfrenada,
donde nos conocimos y nos entregamos.