lunes, 29 de abril de 2024

Noche de un lunes en Buenos Aires,
la lluvia cae con suavidad sobre la ciudad,
las calles se llenan de un murmullo sereno,
mientras las luces solitarias bailan en la oscuridad.
Los transeúntes apresuran el paso bajo los paraguas,
las gotas de lluvia pintan un cuadro en el pavimento,
el aroma a tierra mojada se mezcla con el aire,
creando una atmósfera mágica, un momento de alivio y aliento.
En los cafés, las mesas cobijan charlas íntimas,
el sonido de las risas se mezcla con el repiqueteo de la lluvia,
el calor de una taza de café reconforta el alma,
mientras el tiempo parece detenerse en esta noche de melancolía y dulzura.
En los balcones, las plantas reciben con gratitud
el regalo de la lluvia que las nutre y las rejuvenece,
y en los corazones de los porteños,
la lluvia despierta la nostalgia y la añoranza de días pasados.
Pero en medio de la lluvia y la melancolía,
Buenos Aires sigue latiendo con fuerza y pasión,
porque en cada gota de lluvia, en cada rincón de la ciudad,
late el corazón vibrante de una ciudad
que nunca deja de soñar.





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