En el suave vaivén, bajo el manto de estrellas
que observan curiosas, nos encontramos
Cuyas fronteras son difusas y cambiantes,
como las sombras que danzan al compás del viento.
Tu piel, un lienzo sedoso que invita al tacto,
cada caricia es un susurro de placer
que despierta sentidos dormidos,
y en la oscuridad, nuestros cuerpos se entrelazan
como en una danza ancestral, un ritual de entrega.
Tus ojos, dos faros que guían mi camino,
reflejan la luz de la luna en su fulgor,
y en su profundidad encuentro un abismo de pasión
que me sumerge en un éxtasis sin fin.
Tu voz, un eco melodioso que acaricia mis oídos,
cada palabra es un susurro al oído
que despierta anhelos ocultos,
y en su cadencia encuentro la música del deseo
que me embriaga hasta los confines del alma.
En esta noche eterna, nos perdemos en el laberinto
de nuestras propias fantasías y deseos,
explorando territorios desconocidos
donde el placer y la lujuria se funden en un solo suspiro.
Y así, entre suspiros y gemidos,
nuestros cuerpos se convierten en uno solo,
enredados en la pasión y el deseo,
explorando los límites del placer sin límites,
hasta que el alba nos sorprenda
y nos encuentre, rendidos ante la dulce pasión del amor.
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