Entró alegremente al auto, después de un caluroso saludo
me quitó el reloj, quedé asombrado, me acompaña siempre, todos los días del año… desde hace tanto tiempo que ni recuerdo. Pero
no pude decir que no, ella lo planteó rápidamente, desde ahora no hay tiempo,
sólo el nuestro, y compartí , llegáramos cuando llegáramos y hacer todo sin
mirar la infernal máquina que nos sigue en la muñeca. La idea era dormir sin
horario desayunar, almorzar, merendar y cenar a la hora que fuera y andar de
aquí para allá cuando lo decidiéramos y así fue, viaje nuevo, vida nueva. Ella
intentaba borrar el pasado, yo intentaba lo mismo, pero ninguno de los dos nos
dijimos el motivo.
El viaje fue increíble, la conversación amena, hicimos tres
viajes al mismo tiempo, juntos fuimos a ver el mar, lo
contemplamos, lo escuchamos y en
silencio le hablamos. Yo comencé a olvidar
mi pasado, preocupado en verla viajar con su mirada perdida detrás de esos ojos
negros que discutían en su interior a cada momento, en una lucha intensa por saber dónde y cómo y
qué hacer.
Con ella rompí el pasado, ella rompió el silencio y
quebró en llanto. La conversación fue
ÚNICA, creo no volver a conversar algo así nunca más, el silencio cual cómplice de aquella
madrugada, selló un hermoso pacto de
honor entre ella y yo. Quedó grabado dentro de las lágrimas que mojaban
nuestras mejillas mientras nos mirábamos firmemente, locossssssssss si locos,
pero juntos. El resto no nos importó, no
nos importa ni nos importará. Ella levantó la banderita de taxi libre, yo me
puse medio melón en la cabeza y nos dimos la mano, su palabra y la mía valen
más entre nosotros que todas las opiniones recibidas. Veintidós nos gritaban
los gorriones, veintidós nos gritó la luna y nosotros carcajada tras carcajada,
encuentro tras encuentro nos reímos de todos disfrutando de un mundo que juntos
creamos, sólo para nosotros dos.
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