martes, 28 de enero de 2025

Transpira Buenos Aires los días de enero sobre sus calles. Ella va, ella viene, y su rostro sonriente, a pesar del calor, se dibuja entre el sudor que el día derrama sin descanso. El bondi es un respiro; una porción de ciudadanos se ha ido de vacaciones, y la ciudad parece respirar con menos fuerza, aunque el calor persista. Al caminar, se percibe el alivio de las oficinas, refugios donde el aire acondicionado suelta suspiros fríos, a veces demasiado intensos. Pero el saquito que siempre pasea en la cartera o la mochila es suficiente para nivelar el sofocón.
En la esquina, un tango transpira el mediodía, esperándola noche para el dos por cuatro. El agua fresca de una botella da un alivio fugaz, algunos minutos robados al calor antes de seguir con la rutina. Las horas se estiran mientras ella espera el momento de regresar.
Cuando llega, lo hace envuelta en el cansancio que deja la jornada. La ducha es el momento más esperado, donde el agua se lleva no solo el sudor, sino también el peso del día. Después, la paz se mide en minutos preciosos, debajo del ventilador que gira lento, acompasado, mientras ella recupera su aliento y su silencio.
Buenos Aires transpira, y ella también, pero encuentra en esos instantes breves un oasis dentro del infierno del verano porteño.
La luz del día sacudió a alguien 
que estaba durmiendo,
ese alguien tuvo un sueño, 
con más vida, incluso sin despertar.
La oscuridad golpeó el rostro 
de alguien que caminaba
entre la multitud, bajo 
los impacientes y fuertes rayos del sol.
De repente oscureció,
como cuando caía la barrera
del ferrocarril hacia el sur;
en una habitación con espacio 
para cualquier momento,
como la sala de estar de un museo de mariposas.
Aquí, sin embargo, el sol brillaba 
con tanta fuerza como antes,
los vinilos impacientes,
dieron música al barrio
y todo brilló como nunca, 
fue tan simple comprender
el  rompecabezas de la vida, 
que en un instante comprendí 
por qué escribía, sin saber 
que vos existías y hoy . . . sos mis letras
las que te sacuden a distancia
y vos no sabes aún quién soy,
pero día a día me estás descubriendo.
 Se cortó el cabello,
dijo que los días de calor
eran un peso que su cuerpo ya no quería llevar,
y al verla, con mechones más cortos
y una sonrisa aún más libre,
Entonces entendí que hasta el aire
quería danzar alrededor de ella.
Nos encontramos a orillas del río,
donde las estrellas se mezclaban con el reflejo del agua,
y entre risas que flotaban como canciones en la brisa,
me contó su vida.
Hablaba con una emoción tan pura
que sus ojos, brillaban y
se encendían como constelaciones propias.
La luna, celosa,
se detuvo a escucharla,
iluminando cada uno de sus gestos,
su sonrisa, su perfil,
y yo, absorto,
sentí que estaba descubriendo un universo.
Entre palabras y silencios,
ella también me descubría,
desnudando mis miedos y mis sueños
como quien sopla el polvo
de un libro antiguo y valioso.
Y en ese juego de confesiones,
entonces entendí que frente a mí
no había solo una mujer,
si no un alma infinita,
un diamante en bruto,
tan único, tan lleno de vida
que ni la piedra más brillante
podría compararse a su ser.
Pulir un diamante así no es fácil,
es un arte de paciencia y cuidado,
pero al hallarlo,
el mundo entero parece detenerse.
Y mientras el río susurraba secretos
y la luna la vestía de plata,
yo supe que no hay regalo más grande
que cruzarse con alguien
que brilla desde lo más hondo de su ser.


En un rincón íntimo de la noche,
donde las estrellas susurran secretos
y la luna ilumina nuestros deseos,
nos encontramos entrelazados
en un juego de sensaciones.
Tus labios, suaves y ardientes,
exploran mi piel como versos
que buscan su ritmo perfecto.
Desnudos ante la pasión que arde
como fuego en la penumbra,
cada caricia se convierte en un poema
que escribimos con manos ansiosas
y cuerpos enlazados.
Las sombras danzan al compás
de nuestros suspiros,
mientras el deseo se eleva,
una sinfonía de gemidos en la penumbra.
En este éxtasis de sensaciones,
somos poetas del placer,
creando versos prohibidos
que solo el viento de la noche conoce.
Tu piel, un pergamino donde trazo
mis versos más íntimos,
y tus susurros, la melodía
que acompaña esta danza de deleite.
Cierro los ojos y me pierdo en la sinfonía
de nuestros cuerpos, explorando
cada rincón con la avidez
de un amante enamorado.
En este universo de éxtasis,
nos perdemos y nos encontramos,
una y otra vez, hasta que la aurora
nos sorprende con su luz tenue.
Nos despedimos con la promesa
de seguir escribiendo nuestros secretos
en la próxima noche interminable,
cuando la pasión vuelva a encontrarnos.

 El calor es insoportable en la ciudad. Ella se pone de mal humor; todo le pesa, incluso los minutos. Los colectivos apenas ofrecen un alivio insignificante, siempre que consiga asiento. Afuera, la ciudad transpira humedad, y la sensación térmica se pega al cuerpo. Brazos, piernas y rostro brillan en el mediodía como si el aire mismo fuese un sudor colectivo. La gente va y viene, atrapada en burbujas de problemas sin resolver. Los rostros tensos son espejos de un hastío generalizado, de un gobierno que nunca define nada. El día es una jornada doblemente pesada, y ella lo sufre… pero sonríe. Es esa sonrisa suya, irónica, la que parece intentar comprender lo incomprensible. Pero en el fondo, sabe que todo está inerte, dormido, esperando un algo que nadie puede nombrar. Los días se amontonan, iguales y grises, salvo por esos pequeños descansos que rasguñan la rutina. Buenos Aires, mientras tanto, transpira junto con el país entero, buscando soluciones que nunca llegan. Entre gritos y palabras fuera de contexto, ella también espera. No sabe bien qué, pero espera. Quizás sea un tango el que le traiga alivio, un susurro de melodía que haga más liviana la carga. O tal vez esas poesías escondidas detrás del Obelisco, dibujadas en servilletas olvidadas, sean el soplo de aire fresco que necesita. Y entonces, en el último feriado improvisado, en ese instante que parece robado al caos de los minutos, lo ve. Él estaba
ahí, con una mirada serena que parece extraña en medio del tumulto. Lleva un libro viejo bajo el brazo y una sonrisa de las que se contagian, las que desarman armaduras de mal humor. No hace falta mucho más. Un cruce de miradas en las últimas horas de la tarde son suficiente para cambiar el ritmo de su jornada. Tal vez todo lo que ella esperaba era un instante así, inesperado. Quizás, entre el ruido de Buenos Aires, hay algo de poesía en los silencios que se crean cuando dos almas se reconocen.


 Cuando se refugia en sus brazos, el mundo tal como lo conoce deja de existir. Dentro de ese abrazo, el tiempo pierde toda lógica. Los minutos se estiran como eternidades dulces, y las horas se deslizan como brisas ligeras. No importa cuán gris ha sido el día, ni cuánto ruido rodea su existencia; en ese lugar, todo se apaga y todo sana.Para él, ese abrazo no tiene puertas ni ventanas, pero está lleno de luz. Es un refugio donde puede despojarse de toda pretensión. Ríe hasta quedarse sin aliento o llora sin esconder las lágrimas, dejando que caigan sin el menor reparo. Sabe que no habrá juicios ni miradas inquisitivas. En ese espacio que juntos construyen, la vida cobra un significado distinto: los colores son más vivos, las texturas más suaves y las penas menos pesadas. Es un lugar donde no hay cabida para las mentiras ni para las sombras. Hay momentos en los que el silencio habla por ellos. No necesitan palabras. Basta con el ritmo acompasado de sus respiraciones, con el calor que se transmite a través de la piel, con los latidos que resuenan como un eco compartido. En esos instantes, el mundo parece detenerse. La realidad se suspende, y solo quedan ellos, creando un universo propio. Nada más existe. Nada más importa. Cuando finalmente sale de ese refugio, no lo hace del todo. Algo de ese abrazo siempre lo acompaña. Lo lleva en el pecho, como un resplandor tibio que se niega a extinguirse. Ese recuerdo, esa sensación, se convierte en palabras, en versos, en fragmentos que intentan capturar lo inexplicable. Pero, por más que escriba, sabe que ningún poema ni relato será suficiente para contener la magnitud de lo que han creado simplemente abrazándose.
Para él, ese abrazo no es solo un gesto. Es un lugar. Un mundo entero. Y, cada vez que lo vive, entiende que no hay nada más importante que ese instante compartido, donde las fronteras se desdibujan y la felicidad encuentra su forma más pura.

domingo, 26 de enero de 2025

 Mayo siempre ha sido un mes que desafía al tiempo y al orden establecido, un mes en el que la historia, los astros y los corazones parecen alinearse para dar paso a cambios trascendentales. Es un mes que, en nuestro país, lleva la marca indeleble de la revolución, de las luchas populares y de los encuentros inesperados que transforman vidas.
El 25 de mayo de 1810, las calles de Buenos Aires se llenaron de voces que clamaban libertad, marcando el inicio de un camino que fundó las bases de nuestra patria. La Revolución de Mayo no fue solo un acto político, fue también un grito del espíritu colectivo, una declaración de independencia que resonó en el corazón de cada habitante de estas tierras. Fue el comienzo de un sueño que, aunque aún imperfecto, nos definió como un pueblo capaz de levantarse ante la injusticia.
Años después, el 29 de mayo de 1969, el Cordobazo sacudió nuevamente las entrañas de la nación. Obreros y estudiantes salieron a las calles de Córdoba en una revuelta que marcó un punto de inflexión en nuestra historia reciente. Fue un acto de rebeldía pura, de resistencia contra un sistema que pretendía silenciar las voces del pueblo. Aquellos verdaderos sindicalistas, con sus banderas al viento y su coraje en alto, demostraron que la lucha por la dignidad y la justicia social nunca será en vano.
Mayo no solo pertenece a la historia argentina. En el lejano 1968, el Mayo Francés encendió la chispa de una revolución cultural que trascendió fronteras. París se llenó de barricadas, de gritos de libertad, de estudiantes y obreros que soñaron con un mundo distinto. Las paredes hablaban con grafitis que invitaban a imaginar lo imposible: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Ese mayo demostró que las ideas también pueden ser revolucionarias y que el deseo de cambio es universal.
Y, sin embargo, no son solo los grandes acontecimientos los que convierten a mayo en un mes especial. En ese telar de revoluciones y transformaciones, también se entrelazan los hilos de historias personales, esas pequeñas revoluciones que también merecen ser contadas.
Fue en un mayo de esos, cuando la casualidad —o el destino, o los astros, o quien sabe qué fuerza— hizo que dos personas que durante años habían caminado las mismas calles, frecuentado los mismos lugares y hasta compartido los mismos silencios, finalmente se encontraran. Durante mucho tiempo, sus vidas habían sido paralelas, como dos ríos que corren cerca pero nunca se cruzan. Sin embargo, aquella noche de mayo, algo cambió.
La luna estaba alta y llena, como si quisiera ser testigo de ese momento. Entre palabras y miradas, decidieron que ya era hora de dejar de pisarse los talones. Ya no había necesidad de competir por un espacio en el mismo camino; comprendieron que podían caminar juntos. Fue un encuentro que no necesitó explicaciones, porque todo lo vivido antes, todos esos años de coincidencias silenciosas, parecían haber sido una preparación para ese instante.
Mayo es así. Es el mes en que los corazones encuentran su revolución, en que las historias cambian de rumbo y en que lo extraordinario se viste de casualidad. Mayo tiene ese “qué sé yo” que lo hace inolvidable. Porque, como la historia nos enseña y como la vida nos recuerda, mayo siempre será el mes de las revoluciones y los encuentros que cambian todo.

  La tarde se deshace en oro,
deslizándose suave entre los juncos,
el río susurra historias antiguas,
y el remo acaricia la piel del agua.
Las embarcaciones se mecen, lentas,
como hojas que el viento olvida.
Aquí el tiempo pierde su prisa,
y el alma se hermana con la corriente.
El sauce inclina su verde melena,
secreto confidente del Paraná,y un coro de aves dibuja melodías
que se pierden en el cielo azul.
El sol, cansado, desciende, despacio,
tiñendo de cobre las sombras del delta.
Cada reflejo es un verso fugaz
que el río canta y la tarde atesora.
Navegar es sentir la caricia
de un mundo que no sabe de muros,
es perderse para encontrarse,
como el agua que siempre regresa al mar.
En el delta, la tarde es poesía,
un instante eterno que nunca se olvida.
  Eres mujer de fuerza y de vuelo,
luchadora incansable en mares de tormenta,
y, aun así, en medio del correr de la vida,
guardas la ternura de un susurro al amanecer.
Tu inteligencia es luz que guía caminos,
en la noche más oscura,
y con cada palabra, construyes puentes
hacia un mundo que entiendes y transformas.
Eres capaz, poderosa,
con manos que levantan y sostienen,
con una voluntad que desafía los vientos
y un corazón que late al compás de la esperanza.
Hermosa, sí, pero más allá del reflejo,
tu belleza es la calma de una mirada sincera,
el misterio de un gesto que no se agota,
la gracia que encuentras hasta en lo sencillo.
Eres amada, profundamente, sin medida,
porque en ti habita el fuego de los sueños,
la suavidad de un abrazo en el momento justo
y la promesa de un mañana que siempre florece.
En vos se mezclan las mareas y los cielos,
la pasión ardiente y la dulzura calma.
Eres la llama que calienta mi pecho
y el agua que apacigua mi sed.
Tu risa es un canto que llena la casa,
tu piel, un lienzo que guarda historias,
y tu voz, la melodía que me acompaña
en cada uno de mis días y mis noches.
Eres un libro que nunca dejo de leer,
una aventura que no deseo terminar,
el motivo por el que mi mundo
tiene sentido y horizonte.
Tu sensualidad no está en el artificio,
sino en la manera en que existes, plena.
En cada mirada que entrega y reclama,
en cada gesto que promete universos.
Por todo esto y más,  mujer amada,
luchadora de días y noches,
te celebro, te admiro y te deseo.
Sos vos, el eje de mi alma y mi verso.
Sos vos, la razón de este poema.
   

En el Delta del Tigre, la libertad se despliega,
en cada rama que susurra su canción al viento,
en las aguas que serpentean, libres y serenas,
donde el alma encuentra refugio y aliento.
La libertad en el Delta es el aire puro,
que acaricia el rostro con su brisa suave,
es el canto de las aves en su vuelo seguro,
es la naturaleza viva, salvaje y colorida.
Es el reflejo del cielo en el agua tranquila,
donde los peces juegan en su danza sin fin,
es la tierra fértil, verde y fecunda,
que se extiende generosa hasta el confín.
Es el murmullo del río en su viaje constante,
sin fronteras, sin límites, solo fluir,
es la esencia de lo indomable y vibrante,
donde la vida late con fuerza al existir.
La libertad en el Delta es el abrazo del sol,
que despide la noche y recibe el día,
es la luna que se alza en su manto de cristal,
inspirando sueños de paz y alegría.
En todas sus dimensiones, el Delta es libertad,
es la conexión profunda con lo eterno y natural,
es la voz del universo en su más pura verdad,
un santuario donde la libertad es total.

 Dos reposeras junto al río,
un mate y una conversación inolvidable.
Niños que corren, amigos que se encuentran
y la luna, girando como un testigo eterno.
El río cambia el rumbo de sus aguas,
el viento amaina su danza
y la luna se pierde en el horizonte
detrás de los árboles oscuros.
Todo pasa con ella,
su risa es el eco que llena el paisaje,
su presencia, un fuego que abriga la noche.
Ella, musa encubierta,
teje poesía sin darse cuenta.
Ya no hay niños,
apenas alguien camina a lo lejos,
una sombra que se desvanece,
mientras ella sigue ahí,
alegre, profunda, infinita.
El mate se enfría
pero las palabras arden,
y los minutos, las horas, la vida,
todo gira en torno a ella
que transforma lo efímero en eterno,
lo cotidiano en poesía.

Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...