miércoles, 3 de julio de 2019

ÍNTIMOS DESCONOCIDOS.. *

Diagonal Pueyrredón, Mar de la Plata centro, pasadas las veintidós y treinta nos encontrábamos en La Boston, típica y tradicional confitería, día tras día, noche a noche, su cuerpo fue tomando un color cobrizo inigualable, casi siempre en la misma mesa, pegada al ángulo oeste vidriado del cerramiento de vereda, en ese sector las noches de viento, el mismo parece rebotar como agua danzante, y para nosotros fue un pequeño nido de intimidad.

Dos cafés, dos whisky, y mucha complicidad, sobre el respaldo de la silla vacía, la gran chalina por si refresca demasiado, pues ella luce siempre vestidos largos, muy sueltos y muy escotados, y deja siempre sus brazos destapados para lucir su bello color de sol el que desde muy temprano deja acariciar su cuerpo desnuda tras los acantilados camino a Miramar.

Todas las noches me hice la misma pregunta, cómo hacía para caminar arriba de esos zapatos de tacos tan altos, pero al hacerlo tan elegantemente nunca lo pregunté, menos desde aquella noche que acercó la silla pegada a la mesa, cubrió el lado con vista a otras mesas y por debajo de la mesa comenzó a jugar con la punta de su zapato entre mis piernas.

Desde esa noche, esa actitud comenzó a repetirse a diario, y yo, comencé a acariciar su empeine lentamente hasta que ella decía basta, sus pezones comenzaban a marcarse en el pronunciado escote como queriéndose escapar del vestido y sus ojos comenzaban a cerrarse y abrirse con intensidad.

Cerca de las dos de la madrugada, aquella noche de febrero, el calor en aquella ciudad no era normal, según la pantalla del televisor que teníamos en diagonal la temperatura no bajaba de los 34 grados, nosotros éramos ya casi los únicos en aquella vereda, pero en el interior de la Boston, las mesas seguían repletas disfrutando de lindos tragos y un hermoso aire acondicionado. Decidimos salir a caminar, la noche era ideal para disfrutarla al aire libre, abonamos lo consumido y caminamos muy lentamente por la diagonal hasta la peatonal, La Feliz no quería dormir y nosotros tampoco.

Caminamos varias cuadras, compramos gaseosas y paramos a beber sentados antes de cruzar el puente Dr. A. Illia, o puente de los candados camino al mar, en el medio del emblemático puente de madera nos comenzamos a besar apasionadamente y ella, se quitó la pequeña vedetina y la anudo al lado de todos los candados que ya son un ritual de parejas que pasa por la ciudad imitando la costumbre europea.

El auto lo había dejado estacionado sobre la avenida costanera y después de caminar varios minutos llegamos, ella quería pasear, subimos y nos fuimos camino al norte a la localidad vecina de Santa Clara del Mar, ahí todo estaba más tranquilo, la pequeña ciudad balnearia parecía dormida y en la playa casi a oscuras no había gente caminando como en La Feliz.

Volvimos a estacionar y comenzamos a caminar por la arena, entre pasos y besos nos fuimos alejando de las últimas viviendas, la luna iluminaba la arena y el mar estaba calmo, sereno como acompañándonos, nos volvimos a besar y ella se quitó en un instante el vestido y corrió hacia el mar, con el agua ya pasada su cintura escuche su llamado y las olas, que una y otra vez tapaban su cuerpo de sirena, me gritaba que entrara, yo que salga y en minutos no la vi más.

Ya pasaron seis meses, el Abogado dice que pronto, dejaré Dolores y me trasladaron a capital, el cuerpo lo encontraron cuarenta horas después, y en la carta dirigida a sus padres despidiéndose que encontraron en su dormitorio, solo me nombra a mí de cualquier cosa que le sucediera ya que esa noche saldría a tomar un café para conocerme. Evidentemente durante dos meses, compartí momentos inolvidables con alguien que nunca conocí.

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