Sin buscarte te encontré,
sin vernos nos miramos y,
en la noche de ese martes,
entrelazamos los dedos.

Sabiendo de ti, sabiendo de mí y,
sin querer, la luna nos eclipsó,
cuando el sol ya se apagaba,
en la penumbra de la tarde,
de aquella inolvidable y eterna
plaza de mi infancia.
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