sábado, 29 de noviembre de 2025

 La lluvia de la tarde desciende sobre Buenos Aires  
como un tacto que reconoce tu piel,  
gota por gota despertando la luz  
que duerme en cada espacio de tu cuerpo.  
El silencio se abre cuando te recuestas,  
y en la siesta tibia, tu respiración  
se vuelve un brillo suave,  
una claridad que nace del deseo  
como un sol íntimo encendiéndose por dentro.  
Los truenos dispersos te trazan en sombras,  
dibujan tu silueta lenta y profunda,  
esa forma viva y luminosa  
que la noche busca con sed,  
que el día sueña con recordar.  
Pétalo ardiente de la vida,  
mujer que danza entre hilos y colores,  
tu cuerpo es un espacio de calma,  
una luz que se abre paso  
donde mis manos imaginadas  
ya aprendieron tu contorno.  
Viajeras tus caderas,  
viajera tu espalda que respira sueños,  
viajera la tibieza que dejas en el aire  
cuando te abandonas al descanso  
y tu piel florece, tibia y abierta,  
como si la tarde entera te deseara.  
Tu corazón descansa y brilla,  
late como una lámpara viva  
que acurruca la vida en su pulso,  
mientras la lluvia, enamorada,  
te roza con un color dorado.  
Y mientras duermes,  
tu cuerpo mece mis sueños de poesía,  
sobrevolando Buenos Aires  
con la belleza de tu calma desnuda,  
bajo el último paraguas que parió un poema.


 Solo ahí, al lado del río,  
donde la orilla encantada respira historias antiguas,  
donde el agua conoce las crecientes, las sequías,  
y guarda en su memoria el pulso secreto del mundo,  
solo ahí el abrazo se vuelve eternidad.
Porque en ese borde vivo del agua  
la piel se ilumina con una luz distinta,  
una luz que nace del roce,  
que se apoya suave sobre los hombros  
y despierta un deseo manso,  
un deseo que no quema, abraza,  
un deseo que no apura, sostiene.
Allí el tiempo deja de correr  
y se vuelve un círculo lento alrededor del cuerpo,  
un susurro cálido que roza el cuello  
como si el viento reconociera la forma del abrazo  
y quisiera sumarse a él,  
como una caricia leve que no se nombra  
pero se siente.
En ese rincón del río  
el abrazo cambia de color,  
se vuelve dorado, profundo, húmedo,  
adquiere un aroma suave  
como a piel recién despierta  
y a hojas que se rozan en la orilla.  
Tiene un perfume que solo existe  
cuando dos almas se encuentran sin ruido  
y se reconocen con la delicadeza  
de quien toca algo sagrado.
Ahí el abrazo respira libre,  
abre el pecho como una flor que confía,  
canta sin voz en la garganta,  
sonríe sin necesidad de gesto,  
y a veces, sí, lagrimea,  
pero son lágrimas dulces,  
esas que no duelen, aligeran,  
esas que no caen por tristeza,  
sino por exceso de belleza.
En esa orilla encantada  
el abrazo tiene un latido propio,  
tiene la fuerza lenta del río  
y la suavidad del reflejo sobre el agua.  
Es un abrazo que escucha,  
que entiende,  
que cobija lo que callamos  
y sostiene lo que apenas podemos decir.
Y así, en ese rincón del mundo,  
cuando la tarde se dobla en luz dorada  
y el agua murmura un canto antiguo,  
el abrazo se hace más grande que la palabra,  
más hondo que el silencio,  
más verdadero que cualquier promesa.
Porque solo ahí,  
con el rumor del río latiendo alrededor,  
el abrazo vence al tiempo,  
vence al miedo,  
vence a la sombra.
Solo ahí  
el abrazo es amor en su forma más pura,  
y tú y yo, en ese instante,  
somos dos cuerpos luminosos  
que se reconocen y se eligen de nuevo.

viernes, 28 de noviembre de 2025

 No existe el segundo ni el minuto: solo existe lo que nos queda por vivir. Y ese tiempo, ese territorio que todavía no tocamos, está hecho de instantes infinitos, de emociones que nos atravesarán de formas que quizá hoy ni imaginamos. Habrá días en los que la risa nos estalle sin aviso, otros en los que una sola palabra baste para sostenernos, y momentos en los que un silencio compartido tenga más peso que cualquier discurso.
Quedará por delante un mapa de estados emocionales —los conocidos, los nuevos, los que nos desordenan, los que nos acomodan— y ninguno de ellos será en soledad. Porque cada uno será vivido, sentido y respirado de a dos.
Eso sí: con una sola condición. Vos conmigo y yo con vos. Juntos, siempre juntos.
Quiero caminar lo que viene a tu lado, sentir cómo el tiempo se vuelve más suave cuando te tengo cerca, cómo la vida adquiere otra temperatura cuando tu piel roza la mía. Quiero que cada instante —desde el más simple hasta el más intenso— nos encuentre enredados, cómplices, descubriéndonos una y otra vez.
Porque lo que queda por vivir se vuelve distinto cuando tus manos buscan las mías, cuando tus suspiros mezclan el aire, cuando tu presencia vuelve cualquier momento un lugar donde quiero quedarme.
Y si el tiempo es solo eso: instantes… entonces quiero que los nuestros estén llenos de vos, de mí, de lo que creamos juntos.
Piel con piel, alma con alma.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Quedate Ahi.

 Se siente en la piel
cuando los labios rozan el aire
antes de encontrarse,
como si el mundo contuviera el aliento
sólo para escuchar ese silencio.
Se siente en el cuerpo
cuando un abrazo aprieta de verdad,
cuando sostiene sin miedo,
cuando devuelve calor
y no la sombra tibia de un gesto vacío.
Es ahí,
en el leve temblor de las manos
que buscan otras manos,
en la caricia que llega lenta
como quien sabe
que la ternura también seduce.
Es ahí,
cuando escuchar es un acto
y no un trámite,
cuando dos respiraciones
hacen una pausa idéntica
sin haberse puesto de acuerdo.
Ahí empieza todo:
la magia que no se explica,
el deseo que no pide permiso,
la piel que reconoce
antes que la razón comprenda.
No des más vueltas.
El tiempo no espera.
La vida no avisa.
Quédate donde el abrazo habla,
donde la caricia responde,
donde tus manos encajan
como si siempre hubieran sabido el camino.
Quédate ahí.
Justo ahí.
Donde empieza el fuego.

Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...