Y se hizo la
luz.
Tenemos aquí a
un hombre de sus tiempos, con el buen don de poner en palabras sus sentimientos
más profundos. Quienes disfrutamos haber transitado diversos caminos a su
lado, conocemos que sus tiempos (y los
nuestros) fueron cambiando, y él fue
cambiando con ellos. Pero, fueron invencibles su sensibilidad, su compromiso
con las causas que en los tiempos enlazaron su corazón, y la sabiduría que, de
día y de noche, el barrio le dio.
Me embarga al
escribir estas palabras, la misma emoción que hace casi treinta años se adueñó
de mí, cuando tuve el honor de prologar un libro de su pluma. Eran, aquellos
tiempos de papel, tinta y encuadernación, como recursos obligados para la
publicación; y, en estos tiempos, aunque parezca que mucho cambió, uno siente
que algo no cambió, que se mantiene la sensibilidad y el compromiso (la
esencia), aunque la pluma (o la birome) hoy sean un teclado y el papel una
pantalla. Creo que es cierto, y tengo
para mí, que en la intimidad de su creación la lapicera y el papel no han desaparecido en su acto de dar luz a las
letras.
Tenemos aquí a
un hombre forjado en los años, esos taimados que tantas veces se llevan
nuestros cabellos, pero que no han podido con sus ilusiones y sus compromisos.
En sus letras el lector atento descubre que la vida empieza cada día, con la
sorpresa que lo espera como desayuno. Leyendo sus textos, uno descubre a ese
hombre que sigue esperando la sorpresa de cada día; cuando aún lo triste puede
ser esperanza, y junto a la alegría, alimentos para la creación.
Cómo no sentir
que hay vida en la sabia combinación de letras que usan los creadores para
construir sus palabras, y que luego hay más vida en la sabia combinación de sus
palabras. Frente a la creación literaria, a los demás, al resto, nos queda la
sabrosa posibilidad del disfrute, de la emoción compartida, de la lágrima
reprimida y de la sonrisa que se escapa.
Es la hora de
zambullirnos en las letras de nuestro respetado Osvaldo y entregarnos sin
pruritos a sus letras, su emoción, su sensibilidad y su compromiso.
Y aunque al
finalizar, se haga la noche, ya no será la misma noche después de cruzar el
caudaloso rio de sus palabras.
Gustavo Del Vecchio
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