El viejo Molino de Rivadavia y Callao, me detuve en la
puerta y contemple su magnífica pero deteriorada arquitectura, cuántos
recuerdos lindos pasaron por mi mente en los minutos que te esperé, allí en sus
sótanos mi abuelo hacia uno por unos los ricos caramelos o los moños o
escarapelas celestes y blancas también de caramelo o para pascuas guardaba
celosamente joyas que después a pedido serían regaladas dentro del huevo para
alguna pascua, luego con la llegada de la democracia fue el punto de reunión de
más de un día por la mañana o por la tarde, parecía la cocina del congreso o de
otras reparticiones públicas cercanas todo se tejía ahí, en esas mesas se
firmaron más de un pacto para sacar un proyecto adelante o para frenar uno que
otro mientras los cafés iban y venían durante todo el día.
Y llegaste vos, espléndida para compartir la tarde, dónde
aun no sabíamos, pero pronto estamos sentados compartiendo el café cerca del
lujoso cementerio de Buenos Aires capital, el más paquete, el aristocrático que
ignoramos pero ahí estaba.
Pasaron los primeros pocillos y la conversación se hizo
minutos tras minuto cada vez más interesante volvieron a pasar otros dos
pocillos y nos olvidamos del tiempo involucrados en un charla sincera pausada y
amena pero llego la hora de la cena y sin movernos de esa mesa y de esa vereda
cenamos dejando el mundo que pasaba a nuestro alrededor casi sin verlo sin
notarlo, sin darnos cuenta de nada de lo ocurrido. cuando después de cinco hora
decidimos partir recién ahí nos dimos cuenta de las horas pasadas compartidas.
Eso sucede muy pocas veces, pero sucedió y ambos
contentos por la tarde ya trascurrida nos despedimos; hasta muy pronto, nos volveremos
a encontrar seguramente teniendo como cimiento fundamental de nuestro encuentro
y sobre todas las cosas el dialogo, base fundamental de toda buena relación de
gente civilizada que enfrente la vida tal cual es.