Dejó el último verso
sobre la mesa,
debajo del grueso pocillo
de negro café.
Con el pucho en la oreja
se fue por Corrientes
debajo del funyi
guardaba una flor,
de papel de servilleta doblada
y en do, fue silbando un tango,
cruzando veredas,
buscando la mina
que lo derrotó,
en un dos por cuatro
sin quebrada,
sobre el abanico del cielo
que, en Buenos Aires,
el sábado parió.
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