Sesenta centímetros
de buena madera,
me alejaron de ti
en la fría tarde
de robles dorados,
cuando se iba el sol
entre pocillos blancos,
cucharitas y el azúcar
de tus ojos que brillaban
bajo la luz del rincón.
Sesenta centímetros inolvidables,
que se escaparon de la vida,
como un soplo
en ciento ochenta minutos
que jamás olvidaré,
sirena de las manos
del domingo plateado
en el arco iris,
de las fugaces estrellas
del domingo de otoño.
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