Por detrás del viejo andén,
donde se esconden las penas
de aquel fuelle abandonado
hace tiempo, por el tiempo,
entre adoquines, charcos
y viejos durmientes gastados,
aún se puede escuchar,
el eco de aquella música,
que añora lejanas penas
de viejos y solitarios recuerdos,
siempre al ritmo querendón y malevo
de ese tango que bailamos,
justo antes de partir.
Pasada la medianoche
recorre el andén,
después del paso cansino
del último tren del día y,
entre fantasmas de viejos demonios,
escucho en el silencio de la luna
tu voz de aquella despedida.
No sos vos, soy yo . . .
y tu partida.
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