sábado, 8 de abril de 2017

*LA BATALLA.

Se miró fijamente en el espejo del baño, arrugando su frente repitió un gesto de desagrado reiteradamente y decidió, por fin, poner las manos debajo del agua que corría para lavarse el rostro y terminar de despertarse.
Ya era la hora del desayuno, pero primero debería cepillarse el cabello que intentaba arreglarse con los dedos pero no quedaba conforme, después de varios movimientos a ambos lados de su cabeza sin mucho éxito.
Los cabellos comenzaron a quedarse enganchados en el cepillo en gran cantidad, detuvo el cepillado y con la mano izquierda comenzó a mirar detenidamente la cantidad de rubios largos que quedaban en su palma. Tomó fuertemente el cepillo, cambio el semblante y con más fuerza repitió el movimiento, la cantidad aumentó, por su mejilla comenzó a correr una lágrima mientras se mordía ambos labios fuertemente. Con gesto de dolor y tristeza se dio cuenta esa mañana que el momento había llegado para lo cual ya tenía todo preparado, tarde o temprano esto pasaría, respiró profundamente, giró y abrió el pequeño placard, rompió la bolsa impacientemente y abrió la caja.
Con el teléfono celular que había depositado antes de entrar al baño sobre la tapa del inodoro se sacó una foto hacia el espejo, sacó de la caja y conectó la flamante máquina de cortar, busco la mínima posición y, muy suavemente, comenzó a retirar su cabello tirándolo por el inodoro.
Se pasó la mano suavemente por la cabeza y sonrió por primera vez, volvió al placar y sacó del mismo espuma para afeitarse y una maquinita descartable la que pasó con mucho cuidado sobre toda su cabeza; se quitó toda la espuma con mucha agua y se secó acariciándose, consciente de que el momento de su enfermedad había dado el síntoma esperado, le sacó la lengua al espejo como así misma y se duchó rápidamente.
Al salir de la ducha se volvió a mirar y sonrió con más frescura. Pasó al dormitorio, se puso una camisa, la tanga y el vaquero azul que buscó recién planchado sobre la cama. Eligió el taco más alto entre varios pares, se puso un pañuelo al cuello, miró el sostén, dudó en ponérselo o no y terminó tirándolo detrás de la cama. Con su mochila al hombro salió sonriendo a la vereda y de ahí en más comenzó su nueva vida rumbo al trabajo, consciente de que su enfermedad tal cual tenía asumida a los cincuenta años a ella no le iba a ganar y se perdió entre la multitud convencida de la nueva batalla la cual comenzaría a ganar apenas cruzó el umbral de su casa hacia el mundo el cual comparte a diario con nosotros.

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