Entrelazando los dedos
detrás de tu cintura,
llegamos lentamente
sin dejar de rozar
nuestros labios
hasta allí,
juntos formamos el bello
encuentro esperado.
Nuestros cuerpos
se unificaron
con tus piernas
en mi cintura,
mis manos en tus nalgas
y el fuego
que brotó de ambos
en la tarde que escapó
del domingo donde,
por primera vez, nos unimos
después de compartir
el día, la lluvia y las barrancas,
testigos de un proyecto único,
que hoy, a distancia,
quedó en borrador,
sobre el tablero de la vida
sin retorno,
entre el cobarde
silencio de tus labios.
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