Tus manos acariciaron
suavemente mi espalda
sobre aquella blanca y corta
sábana de hotel.
Luego mis dedos
jugaron entre tus manos
y en el doble ida y vuelta,
las caricias,
se transformaron en pasión,
descontrolados y conscientes,
hicimos de la noche
las horas más largas del día.
Olvidando los relojes
el tiempo se perdió
entre nuestros cuerpos,
y la magia de los duendes
nos encontró
entre fábulas de bellos colores,
haciendo del amor
la fusión perfecta de almas
desconocidas y solitarias,
antes del último vuelo rasante
sobre la habitación
de la insólita despedida,
justo antes . . .
de hacerte humo,
como dos desconocidos.
martes, 23 de febrero de 2016
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