En un rincón
apoyado en la vidriera,
esperando la llegada,
pasé horas frente al palco.
Era domingo, ya medianoche,
y la murga no aparecía.
En pocos minutos
la velada terminaba.
Pero pasada las doce,
escucho, entre el murmullo,
la voz del presentador
que anunciaba su llegada.
Y ahí estaba ella,
se iluminó su mirada.
A lo lejos los colores ya brillaban,
la morocha subiría al escenario.
Se acercó a escucharla
y a mirarla más de cerca.
Llego ella y cantó,
mejor que nunca cantó,
y al final, sopló el beso
a su mirada.
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